Luego me hizo ver al Sumo Sacerdote
Josué, de pie ante el ángel del Señor, mientras el Adversario estaba a su
derecha para acusarlo.
El ángel del Señor te reprima, Adversario! ¡Sí, que te reprima el Señor, el que eligió a Jerusalén! ¿No es
este acaso un tizón salvado del fuego?».
Josué, de pie delante del ángel, estaba
vestido con ropa sucia.
El ángel tomó la palabra y
dijo a los que estaban de pie delante de él: «Quítenle la ropa sucia». Luego
dijo a Josué: «Yo te he sacado de encima tu iniquidad y te pondré vestiduras de
fiesta».
Y añadió: «Coloquen sobre su
cabeza un turbante limpio y pónganle vestiduras de fiesta». Ellos le pusieron
el turbante limpio sobre la cabeza y las vestiduras de fiesta, mientras el
ángel del Señor permanecía allí de pie.
Después el ángel del Señor
advirtió solemnemente a Josué:
«Así habla el Señor de los
ejércitos: Si vas por mis caminos y observas mis mandamientos, tú mismo
gobernarás mi Casa y cuidarás mis atrios, y yo te daré libre acceso entre los
que están aquí.
Escucha, Josué, Sumo
Sacerdote, tú y tus compañeros que se sientan delante de ti –porque estos
hombres son un presagio–: Yo suscitaré a mi servidor «Germen».
Sí, esta es la piedra que pongo delante de
Josué: sobre esta única piedra hay siete ojos. Yo mismo voy a grabar su inscripción
–oráculo del Señor de los ejércitos– y voy a eliminar la iniquidad de este país
en un solo día.
Aquel día –oráculo del
Señor de los ejércitos– ustedes se invitarán unos a otros debajo de la parra y
de la higuera.