Es mejor no tener hijos y poseer la
virtud, porque ella deja un recuerdo inmortal, ya que es reconocida por Dios y
por los hombres.
Cuando está presente, se la imita, cuando
está ausente, se la echa de menos; en la eternidad, triunfa ceñida de una
corona, vencedora en una lucha por premios intachables.
En cambio, la numerosa descendencia de los
impíos no servirá de nada: nacida de brotes bastardos, no echará raíces
profundas ni se establecerá sobre un suelo firme.
Aunque por un tiempo crezcan sus ramas, al
no estar bien arraigada, será sacudida por el viento y arrancada de raíz por la
violencia del vendaval;
sus ramas serán quebradas cuando todavía
estén tiernas, sus frutos serán inservibles; no estarán maduros para ser
comidos ni prestarán ninguna utilidad.
Porque los hijos nacidos de
uniones culpables atestiguan contra la maldad de sus padres, cuando se los
examina.
El justo, aunque tenga un fin prematuro,
gozará del reposo.
La vejez honorable no consiste en vivir
mucho tiempo ni se mide por el número de años:
los cabellos blancos del hombre son la
prudencia, y la edad madura, una vida intachable.
Porque se hizo agradable a
Dios, el justo fue amado por él, y como vivía entre los pecadores, fue
trasladado de este mundo.
Fue arrebatado para que la maldad no
pervirtiera su inteligencia ni el engaño sedujera su alma.
Porque el atractivo del mal oscurece el
bien y el torbellino de la pasión altera una mente sin malicia.
Llegado a la perfección en poco tiempo,
alcanzó la plenitud de una larga vida.
Su alma era agradable al Señor, por eso,
él se apresuró a sacarlo de en medio de la maldad. La gente ve esto y no lo
comprende; ni siquiera se les pasa por la mente
que los elegidos del Señor
encuentran gracia y misericordia, y que él interviene en favor de sus santos.
El justo que muere condena a los impíos
que viven, y una juventud que alcanza pronto la perfección reprueba la larga
vejez del injusto.
Ellos verán el fin del sabio, pero por qué
lo han puesto en lugar seguro;
lo verán y sentirán desprecio, pero el
Señor se reirá de ellos.
Después se convertirán en un cadáver
infame, objeto del oprobio eterno entre los muertos. El Señor los precipitará
de cabeza, sin que puedan hablar, los arrancará de sus cimientos, y serán
completamente exterminados: quedarán sumidos en el dolor, y desaparecerá hasta
su recuerdo.
Cuando se haga el recuento de sus
pecados, llegarán atemorizados, y sus iniquidades se levantarán contra ellos
para acusarlos.