Sab16 - kzu/VocabularioTeologiaBiblica GitHub Wiki
El Antiguo Testamento
SABIDURIA
Capítulo 16
Por eso, con toda justicia fueron
castigados con seres semejantes y atormentados con una infinidad de bichos.
En lugar de ese castigo, fuiste benévolo
con tu pueblo, y para satisfacer su voraz apetito, le preparaste como alimento
un manjar exquisito: ¡las codornices!
Así los egipcios, a pesar de su deseo de
comer, perdieron el apetito natural, ante el aspecto repugnante de los animales
enviados contra ellos; tu pueblo, en cambio, sometido a privación por poco
tiempo, participó de un manjar exquisito.
Porque era necesario que a aquellos
opresores les sobreviniera una penuria inevitable y que a estos sólo se les
hiciera ver cómo eran atormentados sus enemigos.
Incluso cuando se desencadenó sobre tu
pueblo el furor terrible de animales feroces, y ellos perecían por la mordedura
de serpientes huidizas, tu ira no duró hasta el extremo.
A manera de advertencia, fueron atribulados
por poco tiempo, teniendo ya una prenda de salvación para que recordaran el
mandamiento de tu Ley;
en efecto, aquel que se volvía hacia ella
era salvado, no por lo que contemplaba, sino por ti, el Salvador de todos.
Así demostraste a nuestros
enemigos que eres tú el que libra de todo mal:
ellos murieron por la
picadura de langostas y moscas, y no se podía encontrar un remedio para sus
vidas, porque merecían ser castigados por esos animales.
Pero contra tus hijos, ni
siquiera pudieron los dientes de las serpientes venenosas, porque tu
misericordia vino a su encuentro y los sanó.
Para que se acordaran de tus
palabras, eran aguijoneados y se curaban rápidamente, no sea que cayeran en un
profundo olvido y así quedaran excluidos de tu acción bienhechora.
Y no los sanaron las hierbas
ni los ungüentos sino tu palabra, Señor, que todo lo cura.
Porque tú tienes poder sobre
la vida y la muerte, haces bajar a las puertas del Abismo y haces subir de
allí.
El hombre, en su malicia, puede matar,
pero no hace volver el espíritu una vez que se fue, ni libera al alma recibida
por el Abismo.
Es imposible escapar de tu
mano.
Los impíos que rehusaban
conocerte fueron golpeados por la fuerza de tu brazo: los acosaron lluvias
insólitas, granizadas, aguaceros implacables, y el fuego los consumió.
Pero lo más extraño era que
en el agua, que todo lo apaga, el fuego se encendía más, porque el universo
combate en defensa de los justos.
Unas veces, las llamas se
apaciguaban para no abrasar a los animales enviados contra los impíos, y para
que, al verlas, estos se sintieran perseguidos por un juicio de Dios.
Otras veces, dentro mismo del agua, las
llamas ardían con una fuerza superior a la del fuego, para destruir las
cosechas de una tierra injusta.
En lugar de esto, nutriste a
tu pueblo con un alimento de ángeles, y sin que ellos se fatigaran, les enviaste
desde el cielo un pan ya preparado, capaz de brindar todas las delicias y
adaptado a todos los gustos.
Y el sustento que les dabas
manifestaba tu dulzura hacia tus hijos, porque, adaptándose al gusto del que lo
comía, se transformaba según el deseo de cada uno.
La nieve y el hielo
resistían al fuego sin derretirse, a fin de que supieran que solamente los
frutos de los enemigos eran destruidos por el fuego que ardía en medio del
granizo y fulguraba bajo la lluvia;
mientras que, por el contrario, ese mismo
fuego olvidaba hasta su propio poder, para respetar el alimento de los justo.
Porque la creación, que está al servicio
de ti, su Creador, se pone en tensión para castigar a los injustos y se
distiende para beneficiar a los que confían en ti.
Por eso también entonces, transformándose
completamente, ella estaba al servicio de tu generosidad, que a todos alimenta,
de acuerdo con el deseo de los que te suplicaban.
Así los hijos que tú has
amado, Señor, debían aprender que no son las diversas clases de frutos los que
alimentan al hombre, sino que es tu palabra la que sostiene a los que creen en
ti.
Porque lo que el fuego no
lograba destruir se derretía al simple calor de un tenue rayo de sol,
para que se pusiera bien de
manifiesto que hay que anticiparse al sol para darte gracias y encontrarse
contigo al despuntar el día.
Pero la esperanza del ingrato se diluirá
como la escarcha invernal y correrá como agua inservible.