Amen la justicia, ustedes, los que
gobiernan la tierra, piensen rectamente acerca del Señor y búsquenlo con sencillez
de corazón.
Porque él se deja encontrar
por los que no lo tientan, y se manifiesta a los que no desconfían de él.
Los pensamientos tortuosos
apartan de Dios, y el Poder puesto a prueba, confunde a los insensatos.
La Sabiduría no entra en un alma que hace
el mal ni habita en un cuerpo sometido al pecado.
Porque el santo espíritu, el educador, huye
de la falsedad, se aparta de los razonamientos insensatos, y se siente
rechazado cuando sobreviene la injusticia.
La Sabiduría es un espíritu amigo de los
hombres, pero no dejará sin castigo las palabras del blasfemo, porque Dios es
el testigo de sus sentimientos, el observador veraz de su corazón, y escucha
todo lo que dice su lengua.
Porque el espíritu del Señor llena la
tierra, y él, que mantiene unidas todas las cosas, sabe todo lo que se dice.
Por eso no podrá ocultarse el que habla
perversamente, la justicia acusadora no pasará de largo junto a él.
Los designios del impío serán examinados:
el eco de sus palabras llegará hasta el Señor, como prueba acusadora de sus
iniquidades.
Un oído celoso lo escucha todo, no se le
escapa ni el más lleve murmullo.
Cuídense, entonces, de las murmuraciones
inútiles y preserven su lengua de la maledicencia; porque la palabra más
secreta no se pronuncia en vano, y una boca mentirosa da muerte al alma.
No busquen la muerte viviendo
extraviadamente, ni se atraigan la ruina con las obras de sus manos.
Porque Dios no ha hecho la muerte ni se complace
en el perdición de los vivientes.
El ha creado todas las cosas para que
subsistan; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas ningún
veneno mortal y la muerte no ejerce su dominio sobre la tierra.
Porque la justicia es
inmortal.
Pero los impíos llaman a
la muerte con gestos y palabras: teniéndola por amiga, se desviven por ella y
han hecho con ella un pacto, porque son dignos de pertenecerle.