Entonces Noemí, su suegra, le dijo: «Hija
mía, yo quisiera conseguirte un lugar seguro, donde puedas ser feliz.
Por otra parte, Booz, el hombre con cuyas
servidoras estuviste, es pariente cercano nuestro. Esta noche él estará
aventando la cebada en la era.
Lávate, perfúmate, cúbrete con tu manto y
baja a la era. No dejes que te reconozca antes que termine de
comer y beber.
Cuando se acueste, fíjate en
el lugar donde él esté acostado; entonces ve, destápale los pies y acuéstate
allí, Después él mismo te indicará lo que debes hacer».
Ella le respondió: «Haré todo lo que me has
dicho».
Rut bajó a la era e hizo todo lo que su
suegra le había mandado.
Booz comió y bebió, y se puso
alegre. Luego fue a acostarse junto a la parva de cebada. Ella fue
sigilosamente, le destapó los pies y se acostó.
A eso de la media noche, el hombre se
despertó sobresaltado, y al incorporarse, vio que había una mujer acostada a
sus pies.
«Y tú, ¿quién eres?», le
preguntó. «Soy Rut, tu servidora, respondió ella; extiende tu manta sobre tu
servidora, porque a ti te toca responder por mí».
El exclamó: «¡Que el Señor
te bendiga, hija mía! Tú has realizado un segundo acto de piedad filial,
mejor que el primero, al no pretender a ningún joven, ni pobre ni rico.
Y ahora, no temas, hija mía. Haré por ti
todo lo que me digas, porque toda la gente de mi pueblo sabe muy bien que eres
una mujer virtuosa.
Es verdad que a mí me toca responder por
ti, pero hay otro pariente más cercano que yo.
Pasa aquí la noche; y mañana, si él quiere
ejercer contigo su derecho, que lo haga; de lo contrario, lo haré yo. Te lo
juro. Acuéstate hasta que amanezca».
Rut quedó acostada a sus pies hasta la
madrugada, y se levantó a la hora en que un hombre todavía no puede reconocer a
otro, porque Booz no quería que se supiera que la mujer había venido a la era.
Entonces le dijo: «Trae el
manto que tienes puesto y sujétalo bien». Mientras ella lo sujetó, él midió
media bolsa de cebada y puso la carga sobre sus hombros. Después, ella entró en
la ciudad.
Cuando llegó adonde estaba su suegra, esta
le dijo: «¿Cómo te ha ido, hija mía?». Rut le contó todo lo que el hombre había
hecho por ella,
y añadió: «Me entregó esta media bolsa de
cebada, diciéndome que no debía volver con las manos vacías a la casa de mi
suegra».
Noemí respondió: «Quédate tranquila,
hija mía, hasta que veas cómo se resuelve todo esto. Seguramente este hombre no
descansará hasta arreglar hoy mismo este asunto».