Justificados, entonces, por la fe,
estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la
gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de
la gloria de Dios.
Más aún, nos gloriamos hasta
de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la
constancia;
la constancia, la virtud probada; la virtud
probada, la esperanza.
Y la esperanza no quedará defraudada,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo, que nos ha sido dado.
En efecto, cuando todavía éramos débiles,
Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores.
Difícilmente se encuentra
alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir
por un bienhechor.
Pero la prueba de que Dios
nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.
Y ahora que estamos
justificados por su sangre, con mayor razón seremos librados por él de la ira
de Dios.
Porque si siendo enemigos,
fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que
estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.
Y esto no es todo: nosotros
nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien desde
ahora hemos recibido la reconciliación.
Por lo tanto, por un solo
hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte
pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
En efecto, el pecado ya estaba en el
mundo, antes de al Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en
cuenta.
Sin embargo, la muerte reinó desde Adán
hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una
transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir.
Pero no hay proporción entre el don y la
falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de
Dios y el don conferido pro la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron
derramados mucho más abundantemente sobre todos.
Tampoco se puede comparar ese don con las
consecuencias del pecado cometido por un solo hombre, ya que el juicio de
condenación vino por una sola falta, mientras que el don de la gracia lleva a
la justificación después de muchas faltas.
En efecto, si por la falta de uno solo
reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo
hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don
de la justicia.
Por consiguiente, así como la falta de uno
solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo
producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida.
Y de la misma manera que por
la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también
por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.
Es verdad que la Ley entró
para que se multiplicaran las transgresiones, pero donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia.
Porque así como el pecado reinó
produciendo la muerte, también la gracia reinará por medio de la justicia para
la Vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor.