Num11 - kzu/VocabularioTeologiaBiblica GitHub Wiki
El Antiguo Testamento
NUMEROS
Capítulo 11
El castigo del Señor en Taberá
Una vez, el pueblo se quejó amargamente
delante del Señor. Cuando el Señor los oyó, se llenó de indignación. El fuego
del Señor se encendió contra ellos y devoró el extremo del campamento.
El pueblo pidió auxilio a Moisés. Este
intercedió ante el Señor, y se apagó el fuego.
Aquel lugar fue llamado Taberá –que
significa Incendio– porque allí se había encendido el fuego del Señor contra
los israelitas.
Las quejas del pueblo en el desierto
La turba de los advenedizos que se habían
mezclado con el pueblo se dejó llevar de la gula, y los israelitas se sentaron
a llorar a gritos, diciendo: «¡Si al menos tuviéramos carne para comer!
¡Cómo recordamos los
pescados que comíamos gratis en Egipto, y los pepinos, los melones, los
puerros, las cebollas y los ajos!
¡Ahora nuestras gargantas
están resecas! ¡Estamos privados de todo, y nuestros ojos no ven nada más que
el maná!».
El maná se parecía a la semilla de cilantro
y su color era semejante al del bedelio.
El pueblo tenía que ir a buscarlo; una vez
recogido, lo trituraban con piedras de moler o lo machacaban en un mortero, lo
cocían en una olla, y lo preparaban en forma de galletas. Su sabor era como el
de un pastel apetitoso.
De noche, cuando el rocío caía sobre el
campamento, también caía el maná.
La intercesión de Moisés
Moisés oyó llorar al pueblo, que se había
agrupado por familias, cada uno a la entrada de su carpa. El Señor se llenó de
una gran indignación, pero Moisés, vivamente contrariado,
le dijo: «¿Por qué tratas tan duramente a
tu servidor? ¿Por qué no has tenido compasión de mí, y me has cargado con el
peso de todo este pueblo?
¿Acaso he sido yo el que concibió a todo
este pueblo, o el que lo dio a luz, para que me digas: «Llévalo en tu regazo,
como la nodriza lleva a un niño de pecho, hasta la tierra que juraste dar a sus
padres?»
¿De dónde voy a sacar carne para dar de
comer a todos los que están llorando a mi lado y me dicen: «Danos carne para
comer»?
Yo solo no puedo soportar el peso de todo
este pueblo: mis fuerzas no dan para tanto.
Si me vas a seguir tratando de ese modo,
mátame de una vez. Así me veré libre de mis males».
La respuesta del Señor
El Señor respondió a Moisés:
«Reúneme a setenta de los ancianos de Israel –deberás estar seguro de que son
realmente ancianos y escribas del pueblo– llévalos a la Carpa del Encuentro, y
que permanezcan allí junto contigo.
Yo bajaré hasta allí, te
hablaré, y tomaré algo del espíritu que tú posees, para comunicárselo a ellos. Así
podrán compartir contigo el peso de este pueblo, y no tendrás que soportarlo tú
solo.
También dirás al pueblo: Purifíquense para
mañana y comerán carne. Ya que ustedes han llorado delante del Señor, diciendo:
«¡Si al menos tuviéramos carne para comer! ¡Qué bien estábamos en
Egipto!», el Señor les dará de comer carne.
Y no la comerán un día, ni
dos, ni diez, ni veinte,
sino un mes entero, hasta
que se les salga por las narices y les provoque repugnancia. Porque han
despreciado al Señor que está en medio de ustedes, y han llorado en su
presencia, diciendo: «¿Para qué habremos salido de Egipto?».
Moisés dijo entonces: «El pueblo
que me rodea está formado por seiscientos mil hombres de a pie, ¿y tú dices que
le darás carne para comer un mes entero?
Si se degollaran ovejas y vacas,
¿alcanzarían para todos? Y si se reunieran todos los peces del mar, ¿tendrían
bastante?».
Pero el Señor respondió a Moisés: «¿Acaso
hay límite para el poder del Señor? En seguida verás si lo que acabo de decirte
se cumple o no».
La comunicación del espíritu a los ancianos
Moisés salió a comunicar al pueblo las
palabras del Señor. Luego reunió a setenta hombres entre los
ancianos del pueblo, y los hizo poner de pie alrededor de la Carpa.
Entonces el Señor descendió
en la nube y le habló a Moisés. Después tomó algo del espíritu que estaba sobre
él y lo infundió a los setenta ancianos. Y apenas el espíritu se posó sobre
ellos, comenzaron a hablar en éxtasis; pero después no volvieron a hacerlo.
Dos hombres –uno llamado
Eldad y el otro Medad– se habían quedado en el campamento; y como figuraban
entre los inscritos, el espíritu se posó sobre ellos, a pesar de que no habían
ido a la Carpa. Y también ellos se pusieron a hablar en éxtasis.
Un muchacho vino corriendo y
comunicó la noticia a Moisés, con estas palabras: «Eldad y Medad están
profetizando en el campamento».
Josué, hijo de Nun, que
desde su juventud era ayudante de Moisés, intervino diciendo: «Moisés, señor
mío, no se lo permitas».
Pero Moisés le respondió: «¿Acaso estás
celoso a causa de mí? ¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo
del Señor, porque él les infunde su espíritu!».
Luego Moisés volvió a entrar
en el campamento con todos los ancianos de Israel.
Las codornices
Entonces se levantó un
viento enviado por el Señor, que trajo del mar una bandada de codornices y las
precipitó sobre el campamento. Las codornices cubrieron toda la
extensión de un día de camino, a uno y otro lado del campamento, hasta la
altura de un metro sobre la superficie del suelo.
El pueblo se puso a recoger codornices
todo el día, toda la noche y todo el día siguiente. El que había recogido
menos, tenía diez medidas de unos cuatrocientos cincuenta litros cada una. Y
las esparcieron alrededor de todo el campamento.
La carne estaba todavía entre sus dientes,
sin masticar, cuando la ira del Señor se encendió contra el pueblo, y el Señor
lo castigó con una enorme mortandad.
El lugar fue llamado Quibrot Hataavá –que
significa Tumbas de la Gula– porque allí enterraron a la gente que se dejó
llevar por la gula.
Desde Quibrot Hataavá el pueblo siguió
avanzando hasta Jaserot, y allí se detuvo.