Cuando Jesús terminó de dar
estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y
predicar en las ciudades de la región.
Juan el Bautista oyó hablar
en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para
preguntarle:
«¿Eres tú el que ha de venir o debemos
esperar a otro?».
Jesús les respondió: «Vayan a
contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:
los ciegos ven y los paralíticos
caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan
y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.
¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo
de escándalo!».
Mientras los enviados de Juan
se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué fueron
a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con
refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios
de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces?
¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.
El es aquel de quien está escrito:
"Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino".
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre
más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de
los Cielos es más grande que él.
Desde la época de Juan el Bautista hasta
ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos
intentan arrebatarlo.
Porque todos los Profetas, lo mismo que la
Ley, han profetizado hasta Juan.
Y si ustedes quieren crearme, él es aquel
Elías que debe volver.
¡El que tenga oídos, que
oiga!
¿Con quién puedo comparar a esta
generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza,
gritan a los otros:
«¡Les tocamos la flauta, y
ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!»
Porque llegó Juan, que no
come ni bebe, y ustedes dicen: «¡Ha perdido la cabeza!».
Llegó el Hijo del hombre,
que come y bebe, y dicen: «Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y
pecadores». Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras».
Entonces Jesús comenzó a
recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se
habían convertido.
«¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!
Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en
Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose
con ceniza.
Yo les aseguro que, en el día del Juicio,
Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás
elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los
milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún
existiría.
Yo les aseguro que, en el día del Juicio,
la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú».
En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los
sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie
conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están afligidos
y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi
yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así
encontrarán alivio.