¡Ay de mí! He
llegado a ser como los segadores en verano, como el que rebusca después de la
vendimia: ¡ni un racimo para comer, ni una breva de las que tanto me gustan!
El hombre fiel ha desaparecido del país:
¡no queda ni un justo entre los hombres! Todos están al acecho para derramar
sangre, cada uno atrapa a su hermano en la red.
Sus manos se emplean para el mal; para
hacer un favor, el príncipe exige y el juez reclama una gratificación; el
poderoso manifiesta su avidez y se pervierte la justicia.
El mejor entre ellos es como una zarza, el
más justo, peor que una mata espinosa. Pero ha llegado tu castigo, el día
anunciado por tus centinelas: es el momento de su consternación.
No se fíen de un compañero, no tengan
confianza en un amigo; cuídate de abrir la boca delante de la que se recuesta
en tu pecho.
Porque el hijo denigra al padre, la hija se
alza contra su madre, la nuera contra su suegra, y cada uno tiene como enemigos
a los de su casa.
Pero yo aguardo al Señor, espero en el Dios
de mi salvación. ¡Mi Dios me escuchará!
No te alegres de mi suerte, enemiga mía,
porque si he caído, me levantaré; si habito en las tinieblas, el Señor es mi
luz.
Tengo que soportar la ira del Señor, porque
he pecado contra él, hasta que él juzgue mi causa y me haga justicia. El me
hará salir a la luz y yo contemplaré su justicia.
Mi enemiga lo verá y se cubrirá de
vergüenza, ella, que me decía: «¿Dónde está el Señor, tu Dios?». Mis ojos
gozarán al verla, cuando sea pisoteada como el barro de las calles.
¡Llega el día de reconstruir
tus murallas! Aquel día se extenderán tus fronteras;
aquel día vendrán hacia ti desde Asiria
hasta Egipto y desde Egipto hasta el Río, de un mar hasta el otro y de una
montaña hasta la otra.
La tierra quedará desolada a causa de sus
habitantes, como pago de sus malas acciones.
Apacienta con tu cayado a tu pueblo, al
rebaño de tu herencia, al que vive solitario en un bosque, en medio de un
vergel. ¡Que sean apacentados en Basán y en Galaad, como en los
tiempos antiguos!
Como en los días en que
salías de Egipto, muéstranos tus maravillas.
Las naciones verán y se
avergonzarán de todo su poderío; se taparán la boca con la mano y quedarán
sordos sus oídos.
Lamerán el polvo como la
serpiente, como los gusanos de la tierra; saldrán temblorosas de sus refugios,
irán temblando hacia el Señor, nuestro Dios, y sentirán temor delante de ti.
¿Qué dios es como tú, que
perdonas la falta y pasas por alto la rebeldía del resto de tu herencia? El
no mantiene su ira para siempre, porque ama la fidelidad.
El volverá a compadecerse de nosotros y
pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en lo más profundo del mar todos
nuestros pecados.
Manifestarás tu lealtad a
Jacob y tu fidelidad a Abraham, como juraste a nuestros padres desde los
tiempos remotos.