Si una persona ofrece un sacrificio de
comunión y su ofrenda pertenece al ganado mayor –sea macho o hembra– deberá
presentar delante del Señor un animal sin defecto.
Impondrá su mano sobre la cabeza de la
víctima, la inmolará a la entrada de la Carpa del Encuentro, y luego los hijos
de Aarón, los sacerdotes, rociarán con su sangre todos los costados del altar.
El oferente presentará –como ofrenda que se
quema para el Señor– las siguientes partes de la víctima: la grasa que recubre
las entrañas y la que está adherida a ellas;
los dos riñones y la grasa que está sobre
ellos –o sea, en los lomos– y la protuberancia del hígado, que extraerá junto
con los riñones.
Los hijos de Aarón harán arder todo eso
sobre el altar, junto con el holocausto colocado sobre la leña encendida, como
una ofrenda que se quema con aroma agradable al Señor.
Si su ofrenda para el sacrificio de
comunión pertenece al ganado menor –sea macho o hembra– deberá ofrecer al Señor
un animal sin defecto.
Si lo que ofrece es un cordero, lo
presentará ante el Señor,
impondrá su mano sobre la cabeza del animal
ofrecido, y lo inmolará delante de la Carpa del Encuentro. Luego los hijos de
Aarón rociarán con su sangre todos los costados del altar.
El oferente presentará –como ofrenda que se
quema para el Señor– la grasa de la víctima para el sacrificio de comunión, a
saber: toda la cola, que deberá ser cortada cerca del espinazo, la grasa que
recubre las entrañas y la que está adherida a ellas;
los dos riñones, y la grasa que está sobre
ellos –o sea, en los lomos– y la protuberancia del hígado, que extraerá junto
con los riñones.
Finalmente, el sacerdote hará arder todo
eso sobre el altar: es un alimento que se quema para el Señor.
Y si su ofrenda es una cabra, la llevará
ante el Señor,
impondrá su mano sobre la cabeza de la
víctima y la inmolará delante de la Carpa del Encuentro. Los hijos de Aarón
rociarán con su sangre todos los costados del altar.
El presentará –como ofrenda que se quema
para el Señor– las siguientes parte de la víctima: la grasa que recubre las
entrañas y la que está adherida a ellas;
los dos riñones y la grasa que está sobre
ellos –o sea, en los lomos– y la protuberancia del hígado, que extraerá junto
con los riñones.
Finalmente, el sacerdote hará arder todo
eso sobre el altar: es un alimento que se quema con aroma agradable. Toda la
grasa pertenece al Señor.
Este es un decreto irrevocable a lo
largo de las generaciones, en cualquier parte donde ustedes vivan: no deberán
comer grasa ni sangre.