Un sábado, Jesús entró a
comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban
atentamente.
Delante de él había un hombre
enfermo de hidropesía.
Jesús preguntó a los doctores
de la Ley y a los fariseos: «¿Está permitido curar en sábado o no?».
Pero ellos guardaron silencio. Entonces
Jesús tomó de la mano al enfermo, lo curó y lo despidió.
Y volviéndose hacia ellos, les dijo: «Si a
alguno de ustedes se le cae en un pozo su hijo o su buey, ¿acaso no lo saca en
seguida, aunque sea sábado?».
A esto no pudieron responder nada.
Y al notar cómo los invitados buscaban los
primeros puestos, les dijo esta parábola:
«Si te invitan a un banquete de bodas, no
te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada
otra persona más importante que tú,
y cuando llegue el que los
invitó a los dos, tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno
de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te
inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que
te invitó, te diga: "Amigo, acércate más", y así quedarás bien
delante de todos los invitados.
Porque todo el que ensalza
será humillado, y el que se humilla será ensalzado».
Después dijo al que lo había
invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus
hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te
inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
Al contrario, cuando des un banquete,
invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.
¡Feliz de ti, porque ellos
no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de
los justos!».
Al oír estas palabras, uno
de los invitados le dijo: «¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de
Dios!».
Jesús le respondió: «Un hombre preparó un
gran banquete y convidó a mucha gente.
A la hora de cenar, mandó a su sirviente
que dijera a los invitados: «Vengan, todo está preparado».
Pero todos, sin excepción, empezaron a
excusarse. El primero le dijo: "Acabo de comprar un campo y tengo que ir a
verlo. Te ruego me disculpes".
El segundo dijo: "He comprado cinco
yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes"
Y un tercero respondió: "Acabo de
casarme y por esa razón no puedo ir".
A su regreso, el sirviente contó todo esto
al dueño de casa, este, irritado, le dijo: "Recorre en seguida las plazas
y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los
ciegos y a los paralíticos".
Volvió el sirviente y dijo: "Señor,
tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar".
El señor le respondió: "Ve a los
caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de
manera que se llene mi casa.
Porque les aseguro que
ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena"».
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él,
dándose vuelta, les dijo:
«Cualquiera que venga a mí y no me ame más
que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y
hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.
El que no carga con su cruz y me sigue, no
puede ser mi discípulo.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una
torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué
terminarla?
No sea que una vez puestos los cimientos,
no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo:
"Este comenzó a edificar y no pudo
terminar".
¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra
otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar
al que viene contra él con veinte mil?
Por el contrario, mientras el otro rey
está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. ]
De la misma manera, cualquiera de ustedes
que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
La sal es una cosa excelente, pero si
pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar?
Ya no sirve ni para la tierra ni para
abono: hay que tirarla. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!».