El Angel del Señor subió de
Guilgal a Bojím y dijo: «Yo los hice subir de Egipto y los introduje en la
tierra que prometí a sus padres con un juramento. También dije: «Jamás
quebrantaré mi alianza con ustedes.
Pero ustedes no harán ninguna
alianza con los habitantes de este país y destruirán sus altares». A
pesar de eso, no escucharon mi voz. ¿Por qué han obrado así?
Por eso les digo: «¿No expulsaré a esos
pueblos delante de ustedes: ellos no dejarán de hostigarlos, y sus dioses serán
una trampa para ustedes».
Y Mientras el Angel del Señor dirigía estas
palabras a los israelitas, el pueblo se puso a llorar a gritos.
Por eso llamaron a aquel lugar Bojím –que
significa «los que lloran»– y ofrecieron allí sacrificios al Señor.
La muerte de Josué y de su generación
Josué despidió al pueblo, y los israelitas
se fueron cada uno a su herencia, para tomar posesión del país.
El pueblo sirvió al Señor mientras vivió
Josué, y durante toda la vida de los ancianos que le sobrevivieron y que habían
visto las hazañas del Señor en favor de Israel.
Josué, hijo de Nun, el servidor del Señor,
murió a la edad de ciento diez años.
Lo enterraron en el territorio de su
propiedad, en Timnat Séraj, en la montaña de Efraím, al norte del monte Gaás.
Y cuando toda aquella generación fue a
reunirse con sus padres, surgió una nueva generación que no conocía al Señor ni
la obra que había hecho en favor de Israel.
El castigo divino a la infidelidad de Israel
Los israelitas hicieron lo que es malo a
los ojos del Señor y sirvieron a los Baales.
Abandonaron al Señor, el Dios de sus
padres, que los había hecho salir de Egipto; fueron detrás de otros dioses –los
dioses de los pueblos vecinos– y se postraron delante de ellos, provocando así
la indignación del Señor.
Abandonaron al Señor para servir a Baal y
a Astarté.
Por eso, la ira del Señor se encendió
contra Israel: él los puso en manos de salteadores, que los despojaron; los
entregó a los enemigos que tenían a su alrededor, y no pudieron oponerles
resistencia.
En todas las campañas, la mano del Señor
se ponía en contra de ellos para hacerles mal, como el mismo Señor lo había
dicho y jurado. Así encontraron en una situación muy angustiosa.
Los Jueces, salvadores de Israel
Entonces el Señor suscitaba jueces, que
salvaban a los israelitas del poder de los salteadores.
Pero los israelitas no escuchaban a sus
jueces, sino que se prostituían, yendo detrás de otros dioses y postrándose
delante de ellos. Se desviaban muy pronto del camino seguido por sus padres,
que habían obedecido los mandamientos del Señor. Ellos, en cambio, no hacían lo
mismo.
Cuando el Señor les suscitaba jueces,
estaba con el juez y los salvaba de las manos de sus enemigos mientras vivía el
juez, porque se compadecía de los gemidos que les provocaban sus opresores y perseguidores.
Pero cuando moría el juez, volvían a
pervertirse más aún que sus antepasados: iban detrás de otros dioses para
servirlos y postrarse delante de ellos, sin renunciar en nada a sus malas
acciones y a su conducta obstinada.
La permanencia de las naciones paganas
La ira del Señor se encendió contra
Israel, y él les dijo: «Ya que este pueblo ha quebrantado mi alianza, la que yo
prescribí a sus padres, y no ha escuchado mi voz,
tampoco yo arrojaré de su presencia a
ninguna de las naciones que dejó Josué cuando murió».
Esto lo hacía para probar a Israel por
medio de ellas, y para ver si seguían el camino del Señor, como lo habían
seguido sus padres.
Por eso el Señor, en lugar
de expulsar inmediatamente a esas naciones, las dejó en paz y no las entregó en
manos de Josué.