Jue11 - kzu/VocabularioTeologiaBiblica GitHub Wiki
El Antiguo Testamento
JUECES
Capítulo 11
Jefté
Jefté, el galaadita, era un guerrero
valeroso. Galaad, su padre, lo había tenido con una prostituta.
Pero como Galaad también tuvo hijos con su
esposa, estos, cuando se hicieron grandes, echaron a Jefté, diciéndole: «Tú no
participarás de la herencia en la casa de nuestro padres, porque eres hijo de
otra mujer».
Entonces Jefté huyó lejos de
sus hermanos, y se estableció en la región de Tob. Allí se le juntaron unos
cuantos aventureros, que lo acompañaban en sus correrías.
Al cabo de un tiempo, los amonitas hicieron
la guerra a Israel.
Y cuando iban a atacarlo, los ancianos de
Galaad fueron a la región de Tob a buscar a Jefté.
«Ven, le dijeron; tú serás nuestro
comandante en la lucha contra los amonitas».
Jefté les respondió: «¿No son ustedes los
que me odiaron hasta el punto de echarme de la casa de mi padre? ¿Por
qué acuden a mí ahora que están en un aprieto?».
Los ancianos de Galaad
dijeron a Jefté: «Sí, de acuerdo. Pero ahora recurrimos a ti para que
vengas con nosotros a combatir contra los amonitas. Tú serás
nuestro jefe y el de todos los habitantes de Galaad».
Jefté les respondió: «Si me
hacen volver para luchar contra los amonitas y el Señor me los entrega, yo seré
el jefe de ustedes».
«El Señor nos está
escuchando, le respondieron los ancianos de Galaad. ¡Ay de nosotros si
no hacemos lo que tú has dicho!».
Jefté partió entonces con los ancianos de
Galaad, y el pueblo lo proclamó su jefe y comandante. En Mispá, delante del
Señor, Jefté reiteró todas las condiciones que había puesto.
Tentativas de Jefté con los amonitas
Después, Jefté envió
mensajeros al rey de los amonitas, para decirle: «¿Qué tenemos que ver tú y yo,
para que vengas a atacarme en mi propio país?».
El rey de los amonitas
respondió a los mensajeros de Jefté: «Lo que pasa es que Israel, cuando subía
de Egipto, se apoderó de mi territorio desde el Arnón hasta el Iaboc y el
Jordán. Ahora, devuélvemelo por las buenas».
Jefté volvió a enviar
mensajeros al rey de los amonitas,
para decirle: «Así habla
Jefté: Israel no se apoderó del país de Moab ni del país de los amonitas.
Cuando subía de Egipto,
caminó por el desierto hasta el Mar Rojo y después llegó a Cades.
Entonces envió mensajeros
para que dijeran al rey de Edom: «Por favor, déjame pasar por tu país». Pero
el rey de Edom no les hizo caso. También envió mensajeros al rey de Moab; pero
tampoco este quiso acceder, y entonces Israel se quedó en Cades.
Luego tomó por el desierto, bordeando el
territorio de Edom y de Moab, y así llegó hasta la parte oriental del país de
Moab. Acampó al otro lado del Arnón, sin violar la frontera de Moab, porque el
Arnón está en el límite de Moab.
Luego envió mensajeros a Sijón, el rey de
los amorreos que reinaba en Jesbón, y le dijo: «Por favor, déjame pasar por tu
país hasta llegar a mi destino».
Pero Sijón, que desconfiaba de Israel, no
lo dejó pasar por su territorio, sino que reunió a toda su gente, acampó en
Iahsá y atacó a Israel.
El Señor, el Dios de Israel,
entregó en manos de los israelitas a Sijón con todas sus tropas. Israel los
derrotó y ocupó todo el país de los amorreos que habitaban en esa región.
Así ocuparon todo el
territorio de los amorreos, desde el Arnón hasta el Iaboc y desde el desierto
hasta el Jordán.
Y ahora que el Señor, el
Dios de Israel, ha desposeído a los amorreos delante de su pueblo Israel,, ¿lo
vas a desposeer tú a él?
¿No tienes acaso lo que te
dio en posesión tu dios Quemós? Así también nosotros tenemos todo lo que nos ha
dado en posesión el Señor, nuestro Dios.
¿Vas a ser tú más que Balac,
hijo de Sipor, rey de Moab? ¿Se atrevió él a entrar en litigio con
Israel o le hizo la guerra?
Cuando Israel se estableció en Jesbón y
sus poblados, en Aroer y sus poblados, y en todas las ciudades que están a
orillas del Arnón, hace ya trescientos años, ¿por qué ustedes no las
recuperaron?
Yo no te ofendí: eres tú el que procede
mal conmigo si me atacas. Que el Señor, el Juez, juzgue hoy quién tiene razón,
si los israelitas o los amonitas».
Pero el rey de los amonitas no tuvo en cuenta
lo que Jefté le había mandado decir.
El voto y la victoria de Jefté
El espíritu del Señor
descendió sobre Jefté, y este recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mispá de
Galaad y desde allí avanzó hasta el país de los amonitas.
Entonces hizo al Señor el
siguiente voto: «Si entregas a los amonitas en mis manos,
el primero que salga de la
puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva victorioso, pertenecerá al
Señor y lo ofreceré en holocausto».
Luego atacó a los amonitas,
y el Señor los entregó en sus manos.
Jefté los derrotó, desde
Aroer hasta cerca de Minit –eran en total veinte ciudades– y hasta Abel
Queramím. Les infligió una gran derrota, y así los amonitas quedaron sometidos
a los israelitas.
La inmolación de la hija de Jefté
Cuando Jefté regresó a su casa, en Mispá,
le salió al encuentro su hija, bailando al son de panderetas. Era su única hija;
fuera de ella, Jefté no tenía hijos ni hijas.
Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó:
«¡Hija mía, me has destrozado! ¿Tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Yo
hice una promesa al Señor, y ahora no puedo retractarme».
Ella le respondió: «Padre, si has
prometido algo al Señor, tienes que hacer conmigo lo que prometiste, ya que el
Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos, los amonitas».
Después añadió: «Sólo te pido un favor:
dame un plazo de dos meses para ir por las montañas a llorar con mis amigas por
no haber tenido hijos».
Su padre le respondió: «Puedes hacerlo». Ella se fue a las montañas con sus amigas, y se lamentó por haber
quedado virgen.
Al cabo de los dos meses regresó, y su
padre cumplió con ella el voto que había hecho. Lo joven no había tenido
relaciones con ningún hombre. De allí procede una costumbre, que se hizo común
en Israel:
todos los años, las mujeres israelitas
van a lamentarse durante cuatro días por la hija de Jefté, el galaadita.