¡Ah, si tuviera en el desierto un albergue
de caminantes! Yo abandonaría a mi pueblo y me iría lejos de
ellos. Porque todos son adúlteros, una banda de traidores.
Tienden su lengua como un
arco: la mentira, y no la verdad, es lo que reina en el país, porque ellos van
de mal en peor y no me conocen –oráculo del Señor–.
Que cada uno se cuide de su amigo y nadie
se fíe de su hermano, porque el hermano suplanta al hermano y el amigo no hace
más que calumniar.
Cada uno se burla de su amigo, ellos no
dicen la verdad; han habituado sus lenguas a mentir, están pervertidos, son
incapaces de convertirse.
¡Violencia y más violencia!
¡Engaño y más engaño! Ellos se niegan a conocerme –oráculo del Señor –
Por eso, así habla el Señor
de los ejércitos: Yo voy a depurarlos y a probarlos, porque ¿qué puedo hacer
ante su maldad?
Su lengua es una flecha mortífera, las
palabras de boca no son más que engaño; se habla de paz al amigo y por dentro
se le tiende una celada.
¿No los voy a castiga por esto? –oráculo
del Señor–. De una nación semejante, ¿no me voy a vengar?
Yo haré resonar en las montañas llantos y
gemidos, y en las praderas del desierto, un canto fúnebre. Porque están
abrasadas, nadie transita por ellas, y no se escucha el rumor de los rebaños;
desde los pájaros del cielo hasta el ganado todos huyeron, se han ido.
Yo haré de Jerusalén un montón de
escombros, una guarida de chacales, reduciré las ciudades de Judá a una
desolación, sin ningún habitante.
¿Quién es el hombre bastante sabio para
comprender todo esto? ¿A quien le habló la boca del Señor para que lo anuncie?
¿Por qué ha perecido el país, ha sido abrasado como el desierto por donde nadie
transita?
Dice el Señor: Ellos abandonaron mi Ley,
la que yo había puesto delante de ellos; no escucharon mi voz ni procedieron
conforme a ella,
sino que siguieron los
impulsos de su corazón obstinado, y a los Baales, que sus padres les enseñaron
a conocer.
Por eso, así habla el Señor
de los ejércitos, el Dios de Israel: Yo les haré comer ajenjo, y les daré de
beber agua envenenada.
Los dispersaré entre las
naciones, que ni ellos ni sus padres conocían, y enviaré la espada detrás de
ellos, hasta exterminarlos por completo.
Así habla el Señor de los
ejércitos: ¡Atención! Llamen a las plañideras, y que vengan! ¡Manden a buscar a
las más expertas, y que vengan!
¡Que se apuren a lanzar gemidos por
nosotros! ¡Que nuestros ojos se deshagan en lágrimas y brote el
llanto de nuestras pupilas!
Porque se oye desde Sión el
rumor de los gemidos: «¡Cómo hemos sido devastados, cubiertos de vergüenza!
Tenemos que abandonar el país, porque han derribado nuestros hogares».
¡Sí, escuchen, mujeres, la
palabra del Señor, que reciban sus oídos la palabra de su boca! Enseñen a sus
hijas este gemido y unas a otras, este canto fúnebre:
«La Muerte ha trepado por
nuestras ventas, ha entrado en nuestros palacios, arrancando de las calles a
los niños, y a los jóvenes de las plazas.
Los cadáveres de los hombres
yacen como estiércol sobre la superficie de los campos, como una gavilla detrás
del segador, y nadie los recoge».
Así habla el Señor: Que el sabio no se
gloríe de su sabiduría, que el fuerte no se gloríe de su fuerza ni el rico se
gloríe de su riqueza.
El que se gloría, que se
gloríe de esto: de tener inteligencia y conocerme. Porque yo soy el Señor, el
que practica la fidelidad, el derecho y la justicia sobre la tierra. Sí,
es eso lo que me agrada, –oráculo del Señor –
Llegarán los días –oráculo del Señor– en
que yo castigaré a todo circunciso que es un incircunciso:
a Egipto, a Judá, a Edom,
a los amonitas, a Moab y a todos los «Sienes rapadas» que habitan en el
desierto. Porque todas las naciones son incircuncisas, y toda la casa de Israel
es incircuncisa de corazón.