Jer26 - kzu/VocabularioTeologiaBiblica GitHub Wiki
El Antiguo Testamento
JEREMIAS
Capítulo 26
Al comienzo del reinado de Joaquím, hijo
de Josías, rey de Judá, llegó esta palabra a Jeremías, de parte del Señor :
Así habla el Señor: Párate en el atrio de
la Casa del Señor y di a toda la gente de las ciudades de Judá que vienen a
postrarse en la Casa del Señor todas las palabras que yo te mandé decirles, sin
omitir ni una sola.
Tal vez escuchen y se
conviertan de su mal camino; entonces yo me arrepentiré del mal que pienso
hacerles a causa de la maldad de sus acciones.
Tú les dirás: Así habla el
Señor: Si ustedes no me escuchan ni caminan según la Ley que yo les propuse;
si no escuchan las palabras
de mis servidores los profetas, que yo les envío incansablemente y a quienes
ustedes no han escuchado,
entonces yo trataré a esta Casa como traté
a Silo y haré de esta ciudad una maldición para todas las naciones de la
tierra.
Los sacerdotes, los profetas y todo el
pueblo oyeron a Jeremías mientras él pronunciaba estas palabras en la Casa del
Señor.
Y apenas Jeremías terminó de decir todo lo
que el Señor le había ordenado decir al pueblo, los sacerdotes y los profetas
se le echaron encima, diciendo: «¡Vas a morir!
Porque has profetizado en nombre del Señor,
diciendo: Esta Casa será como Silo, y esta ciudad será arrasada y quedará
deshabitada». Entonces todo el pueblo se amontonó alrededor de Jeremías den la
Casa del Señor.
Al enterarse de esto, los jefes de Judá
subieron de la casa del rey a la Casa del Señor, y se sentaron para el juicio a
la entrada de la puerta Nueva de la Casa del Señor.
Los sacerdotes y los profetas dijeron a
los jefes y a todo el pueblo: «Este hombre es reo de muerte, porque ha
profetizado contra esta ciudad, como ustedes lo han escuchado con sus propios
oídos».
Pero Jeremías dijo a los jefes y a todo el
pueblo: «El Señor es el que me envió a profetizar contra esta Casa y contra
esta ciudad todas las palabras que ustedes han oído.
Y ahora, enmienden su conducta y sus
acciones, y escuchen la voz del Señor, su Dios, y el Señor se arrepentirá del
mal con que los ha amenazado.
En cuanto a mí, hagan conmigo lo que les
parezca bueno y justo.
Pero sepan que si ustedes me hacen morir,
arrojan sangre inocente sobre ustedes mismo, sobre esta ciudad y sobre sus
habitantes. Porque verdaderamente el Señor me ha enviado a ustedes para
decirles todas estas palabras».
Los jefes y todo el pueblo dijeron a los
sacerdotes y a los profetas: «Este hombre no es reo de muerte, porque nos ha
hablado en nombre del Señor, nuestro Dios».
Entonces se levantaron algunos hombres de
entre los ancianos del país, y dijeron a toda la asamblea del pueblo:
«Miqueas de Moréset profetizó en los días
de Ezequías, rey de Judá, y dijo a todo el pueblo de Judá: Así habla el Señor
de los ejércitos: Sión será un campo arado, Jerusalén, un montón de ruinas, y
la montaña del Templo, una altura boscosa.
¿Acaso Ezequías, rey de Judá, y todo Judá
lo hicieron morir? ¿No temió él al Señor y aplacó el rostro del Señor, de
suerte que el Señor se arrepintió del mal con que los había amenazado?
Nosotros, en cambio, estamos por hacernos un daño enorme a nosotros mismos».
Hubo además otro hombre que profetizaba en
nombre del Señor: Urías, hijo de Semaías, de Quiriat Iearím. El
profetizó contra esta ciudad y contra este país en los mismos términos que
Jeremías.
El rey Joaquím, todos sus
guardias y los jefes oyeron sus palabras, y el rey intentó darle muerte. Al
enterarse, Urías sintió temor y huyó a Egipto.
Pero el rey Joaquím envió a
Egipto a Elnatán acompañado de algunos hombres.
Ellos sacaron a Urías de Egipto y lo
llevaron ante el rey Joaquím, que lo hizo matar con la espada y arrojó su
cadáver a la fosa común.
Sin embargo, Ajicam, hijo de Safán,
protegió a Jeremías e impidió que fuera entregado en manos del pueblo para ser
ejecutado.