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El Antiguo Testamento
JUDIT
Capítulo 16
Judit dijo: «¡Entonen un canto a mi Dios
con tamboriles, canten al Señor con címbalos; compongan en su honor un salmo de
alabanza, glorifiquen e invoquen su Nombre!
Porque el Señor es un Dios
que pone fin a las guerras: él estableció su campamento en medio del pueblo y
me libró de mis perseguidores.
De las montañas del norte
llegó Asiria, avanzó con un ejército innumerable: sus tropas obstruyeron los
valles y su caballería cubrió las colinas.
Amenazó con incendiar mis
territorios y pasar a mis jóvenes al filo de la espada, con estrellar a mis
pequeños contra el suelo y entregar a mis niños como presa y a mis muchachas
como botín.
¡Pero el Señor todopoderoso los eliminó por
la mano de una mujer!
Su jefe no fue abatido por jóvenes
guerreros, ni lo golpearon hijos de titanes, ni lo atacaron enormes gigantes:
lo desarmó Judit, la hija de Merarí, con la hermosura de su rostro.
Ella se quitó su ropa de luto, para exaltar
a los afligidos de Israel:
se ajustó el cabello con una diadema, se
puso ropa de lino para seducirlo.
Sus sandalias deslumbraron los ojos del
guerrero, su hermosura le cautivó el corazón... ¡y la espada le cortó la
cabeza!
Los persas temblaron por su audacia y los
medos se turbaron por su temeridad,
Entonces mi pueblo humillado gritó de
alegría y los otros se llenaron de espanto; mis débiles lanzaron gritos de
triunfo y ellos quedaron aterrados; mi pueblo alzó su voz y ellos se dieron a
la fuga.
Hijos de jóvenes mujeres los traspasaron,
los acribillaron como a esclavos fugitivos: ¡todos perecieron en el combate de
mi Señor!
Cantaré a mi Dios un canto nuevo: ¡Señor,
tú eres grande y glorioso, admirable por tu poder e invencible!
Que te sirvan todas las criaturas, porque
tú lo dijiste y fueron hechas, enviaste tu espíritu y él las formó, y nadie
puede resistir a tu voz.
Las montañas y las aguas se
sacudieron desde sus cimientos, las rocas se derretirán como cera en tu
presencia, pero tú siempre te muestras propicio con aquellos que te temen.
Poco vale un sacrificio de aroma agradable
y menos aún toda la grasa ofrecida en holocausto, pero el que teme al Señor
será grande para siempre.
¡Ay de las naciones que se levantan contra
mi pueblo! El Señor todopoderoso los castigará en el día del Juicio: pondrá en
su carne fuego y gusanos, y gemirán de dolor eternamente».
Apenas llegaron a Jerusalén, todos
adoraron a Dios y, una vez que el pueblo se purificó, ofrecieron sus
holocaustos, sus ofrendas voluntarias y sus dones.
Judit dedicó todo el mobiliario de
Holofernes, que el pueblo le había obsequiado, y consagró en homenaje a Dios el
cortinado que ella misma había arrancado de su lecho.
El pueblo prolongó los
festejos durante tres meses delante del Templo de Jerusalén, y Judit permaneció
con ellos.
Pasado este tiempo, cada uno regresó a su
herencia, Judit, por su parte, volvió a Betulia y siguió administrando sus
bienes. Ella se hizo célebre en tu tiempo por todo el país.
Muchos la pretendieron como esposa, pero
ella no volvió a casarse, después que su esposo Manasés murió y fue a reunirse
con sus antepasados.
Su fama fue creciendo cada vez más,
mientras envejecía en la casa de su esposo, hasta llegar a los ciento cinco
años. Otorgó la libertad a su servidora, y murió en Betulia, siendo sepultada
en la caverna de su esposo Manasés.
La casa de Israel estuvo de duelo por ella
durante siete días. Antes de morir había repartido sus bienes
entre los parientes de su esposo Manasés y entre sus propios parientes.
Nadie atemorizó a los
israelitas mientras vivió Judit, y hasta mucho tiempo después de su muerte.