como el fuego enciende un
matorral, como el fuego hace hervir el agua! Así manifestarías tu Nombre a tus
adversarios y las naciones temblarían ante ti.
Cuando hiciste portentos inesperados,
que nadie había escuchado jamás, ningún
oído oyó, ningún ojo vio a otro Dios, fuera de ti, que hiciera tales cosas por
los que esperan en él.
Tú vas al encuentro de los que practican la
justicia y se acuerdan de tus caminos Tú estás irritado, y nosotros hemos
pecado, desde siempre fuimos rebeldes contra ti.
Nos hemos convertido en una cosa impura,
toda nuestra justicia es como un trapo sucio. Nos hemos
marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento.
No hay nadie que invoque tu
Nombre, nadie que despierte para aferrarse a ti, porque tú nos ocultaste tu
rostro y nos pusiste a merced de nuestras culpas.
Pero tú, Señor, eres nuestro
padre, nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra
de tus manos!
No te irrites, Señor, hasta
el exceso, no te acuerdes para siempre de las culpas. ¡Mira que todos nosotros
somos tu Pueblo!
Tus santas ciudades han
quedado desiertas: Sión se ha convertido en un desierto, Jerusalén, en una
desolación.
Nuestra Casa santa y gloriosa, donde te
alababan nuestros padres, ha sido presa de las llamas, y todo lo que teníamos
de precioso se ha convertido en una ruina.
Ante esto, ¿vas a permanecer insensible,
Señor? ¿Te quedarás callado y nos afligirás hasta el fin?