¿Quién es ese que llega desde Edom, desde
Bosrá, con las ropas enrojecidas? ¿Quién es ese, ataviado espléndidamente, que
se yergue con la plenitud de su poder? –Soy yo, el que habla con justicia, yo,
el poderoso para salvar.
–¿Por qué están rojas tus vestiduras, y tu
ropa como la del que pisa el lagar?
–En la cuba he pisado yo solo, nadie de
entre los pueblos estaba conmigo. Los he pisoteado con ira, los he estrujado
con furor; su sangre salpicó mi ropa y manché todas mis vestiduras.
Porque tenía previsto un día de venganza y
había llegado mi año de redención.
Miré, y no había quien me socorriera; me
sorprendí de que nadie me sostuviera. Entonces me socorrió mi brazo y mi furor
me sostuvo.
Pisoteé a los pueblos en mi ira, los
embriagué en mi furor, hice correr su sangre hasta el suelo.
Recordaré los favores del
Señor, alabaré sus proezas, por todo el bien que nos hizo en su compasión y en
la abundancia de su misericordia.
El dijo: «Realmente son mi Pueblo, son
hijos que no decepcionarán». Y él fue para ellos un salvador
en todas sus angustias. No
intervino ni un emisario ni un mensajero: él mismo, en persona, los salvó; por
su amor y su clemencia, él mismo los redimió; los levantó y los llevó en todos
los tiempos pasados.
Pero ellos ser rebelaron y
afligieron su santo espíritu. Entonces él se volvió su enemigo y combatió
contra ellos.
Ellos se acordaron de los
días del pasado, de Moisés, su servidor: ¿Dónde está el que hizo subir de las
aguas al pastor de su rebaño? ¿Dónde está el que puso dentro de él su
santo espíritu,
el que hizo marchar su brazo glorioso a la
derecha de Moisés, el que separó las aguas delante de ellos, para ganarse un
renombre eterno?
¿Dónde está el que los condujo por el
fondo del Océano, como a un caballo por el desierto, sin que ellos tropezaran?
Como a ganado que desciende al valle, el
espíritu del Señor les dio un descanso. ¡Así guiaste a tu Pueblo para hacerte
un Nombre glorioso!
Mira desde el cielo y contempla, desde tu
santo y glorioso dominio. ¿Dónde están tus celos y tu valor, tu
ternura entrañable y tu compasión? ¡No, no permanezcas insensible!
Porque tú eres nuestro padre, porque Abraham
no nos conoce ni Israel se acuerda de nosotros. ¡Tú, Señor, eres nuestro padre,
«nuestro Redentor» es tu Nombre desde siempre!
¿Por qué, Señor, nos desvías
de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte? ¡Vuelve,
por amor a tus servidores y a las tribus de tu herencia!
¿Por qué los impíos hollaron
tu Lugar santo y nuestros adversarios pisotearon tu Santuario?
¡Desde hace mucho tiempo, tú
no nos gobiernas, y ya no somos llamados por tu Nombre! ¡Si rasgaras el cielo y
descendieras las montañas se disolverían delante de ti,