Así habla el Señor: Observen el derecho y
practiquen la justicia, porque muy pronto llegará mi salvación y ya está por
revelarse mi justicia.
¡Feliz el hombre que cumple estos preceptos
y el mortal que se mantiene firme en ellos, observando el sábado sin profanarlo
y preservando su mano de toda mala acción!
Que no diga el extranjero que se ha unido
al Señor: «El Señor me excluirá de su Pueblo»; y que tampoco diga el eunuco:
«Yo no soy más que un árbol seco».
Porque así habla el Señor: A
los eunucos que observen mis sábados, que elijan lo que a mí me agrada y se
mantengan firmes en mi alianza,
yo les daré en mi Casa y
dentro de mis muros un monumento y un nombre más valioso que los hijos y las
hijas: les daré un nombre perpetuo, que no se borrará.
Y a los hijos de una tierra
extranjera que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del
Señor y para ser sus servidores, a todos los que observen el sábado sin
profanarlo y se mantengan firmes en mi alianza,
yo los conduciré hasta mi
santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración; sus holocaustos y
sus sacrificios serán aceptados sobre mi altar, porque mi Casa será llamada
Casa de oración para todos los pueblos.
Oráculo del Señor, que reúne
a los desterrados de Israel: Todavía reuniré a otros junto a él, además de los
que ya se han reunido.
¡Bestias del campo, fieras de la selva,
vengan todas a devorar!
Sus guardianes son todos
ciegos, ninguno de ellos sabe nada. Todos ellos son perros mudos, incapaces de
ladrar. Desvarían acostados, les gusta dormitar.
Esos perros voraces nunca
terminan de saciarse, ¡y ellos son los pastores! No saben discernir,
cada uno toma por su camino, todos, hasta el último, detrás de su ganancia.
«¡Vengan! Voy en busca de vino; nos
embriagaremos con bebida fuerte, y mañana será lo mismo que hoy, o más,
muchísimo más».