¡Ay de ti, devastador que no has sido
devastado, traidor, a quien no han traicionado! Cuando termines de devastar,
serás devastado, cuando acabes de traicionar, te traicionarán a ti.
Señor, ten piedad de nosotros, nosotros
esperamos en ti. Sé nuestro brazo cada mañana y nuestra salvación en el tiempo
de la angustia.
Al estruendo de tu voz, huyen
los pueblos; cuando te alzas, se dispersan las naciones.
Como arrasa la oruga, se recoge el botín;
se abalanzan sobre él, como una bandada de langostas.
El Señor es sublime porque habita en las
alturas: él llena a Sión con el derecho y la justicia,
él será la seguridad de tus
días. La sabiduría y la ciencia son la riqueza salvadora; el temor del
Señor, ese es su tesoro.
La gente de Ariel grita por las calles, los
mensajeros de paz lloran amargamente.
Los senderos están desolados, nadie
transita por los caminos. Se ha roto la alianza, se rechaza a los testigos, no
se tiene en cuenta a nadie.
La tierra está de duelo y desfallece, el
Líbano pierde el color y se marchita, el Sarón se ha convertido en una estepa,
el Basán y el Carmelo se deshojan.
«Ahora me levantaré, dice el Señor, ahora
me erguiré. ahora me alzaré.
Ustedes han concebido hecho y darán a luz
paja; mi soplo es un fuego que los va a devorar.
Los pueblos serán calcinados, como espinas
cortadas, arderán en el fuego.
Los que están lejos, escuchen lo que hice;
los que están cerca, reconozcan mi poder».
Están aterrados en Sión los pecadores, un
temblor invade a los impíos: «¿Quién de nosotros habitará en una hoguera
eterna?».
El que obra con justicia y que habla con
rectitud, el que rehúsa una ganancia extorsionada, el que sacude sus manos para
no retener el soborno, el que tapa sus oídos a las propuestas sanguinarias, el
que cierra los ojos para no ver la maldad:
ese hombre habitará en las alturas, rocas
fortificadas serán su baluarte, se le dará su pan y tendrá el agua asegurada.
Tus ojos verán a un rey en su hermosura,
contemplarán un país que se extiende a lo lejos.
Tú evocarás lo que te horrorizaba: «¿Dónde
está el que contaba, donde el que pesaba, dónde el que numeraba las torres?».
Ya no verás más a aquel pueblo brutal,
aquel pueblo de lengua impenetrable, que tartamudea en un idioma
incomprensible.
Mira a Sión, la ciudad de nuestras
fiestas, que tus ojos vean a Jerusalén, morada tranquila, carpa que no será
desplazada, cuyas estacas no serán arrancadas y cuyas cuerdas no se romperán.
Porque allí el Señor se muestra magnífico
con nosotros, como un lugar de ríos, de canales anchurosos, por donde no
circula ningún barco a remos ni atraviesa ningún navío poderoso.
¡Se aflojan tus cordajes, ya no sostienen
el mástil, ni se despliega el pabellón!
Porque el Señor es nuestro Juez, el Señor
es nuestro Legislador, el Señor es nuestro Rey: él nos salvará.
23d Entonces se repartirán un inmenso
botín, hasta los tullidos participarán del saqueo.
Ningún habitante dirá: «Me siento
mal», y al pueblo que habita allí le será perdonada su culpa.