¡Ay de los que bajan a Egipto para pedir
ayuda, y buscan apoyo en los caballos! Ellos confían en los
carros, porque son numerosos, y en los jinetes, porque son muy fuertes, pero no
miran el Santo de Israel ni consultan al Señor.
Sin embargo, él también es
sabio: hace venir la desgracia y no revoca su palabra, se levanta contra la
casa de los malvados y contra la ayuda de los malhechores.
Los egipcios son hombres y no
dioses, sus caballos son carne y no espíritu. Cuando el Señor extienda su mano,
tropezará el que ayuda, y caerá el que es ayudado, y todos juntos
desaparecerán.
Porque así me ha hablado el
Señor: Como gruñe el león o el cachorro de león sobre su presa, cuando se llama
contra él a todos los pastores, sin dejarse intimidar por sus gritos ni
amedrentarse por el tumulto, así el Señor de los ejércitos bajará a combatir
sobre la montaña de Sión y su colina.
Como pájaros que revolotean,
así el Señor de los ejércitos protegerá a Jerusalén: él protegerá, salvará,
perdonará, librará.
¡Vuelvan, israelitas, a aquel de quien se
han apartado tanto!
Sí, en aquel día, cada uno rechazará sus
ídolos de plata y sus ídolos de oro esos que ustedes se han fabricado con sus
manos pecadoras.
Asiria caerá bajo una espada que no es de
un hombre, una espada no humana la devorará: ella huirá delante de la espada y
sus jóvenes irán a trabajos forzados.
Su roca huirá aterrorizada, y sus jefes,
espantados. abandonarán el estandarte. –oráculo del Señor, que tiene su fuego
en Sión y su horno en Jerusalén–.