Por eso, nosotros debemos prestar más
atención a lo que hemos escuchado, no sea que marchemos a la deriva.
Porque si la Palabra promulgada por medio
de los ángeles tuvo plena vigencia, a tal punto que toda transgresión y
desobediencia recibió su justa retribución,
¿cómo nos libraremos nosotros, si rehusamos
semejante salvación? Esta salvación, anunciada en primer lugar por el Señor,
nos fue luego confirmada por todos aquellos que la habían oído anunciar,
mientras Dios añadía su testimonio con
signos y prodigios, con toda clase de milagros y con los dones del Espíritu
Santo, distribuidos según su voluntad.
Porque Dios no ha sometido a los ángeles el
mundo venidero del que nosotros hablamos.
Acerca de esto, hay un
testimonio que dice: "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser
humano para que te ocupes de él?
Por poco tiempo lo pusiste debajo de los
ángeles y lo coronaste de gloria y esplendor.
Todo lo sometiste bajo sus pies". Si
Dios le ha sometido todas las cosas, nada ha quedado fuera de su dominio. De hecho,
todavía no vemos que todo le está sometido.
Pero a aquel que fue puesto por poco tiempo
debajo de los ángeles, a Jesús, ahora lo vemos coronado de gloria y esplendor,
a causa de la muerte que padeció. Así, por la gracia de Dios, él
experimentó la muerte en favor de todos.
Convenía, en efecto, que
aquel por quien y para quien existen todas las cosas, a fin de llevar a la
gloria a un gran número de hijos, perfeccionara, por medio del sufrimiento, al
jefe que los conduciría a la salvación.
Porque el que santifica y
los que son santificados, tienen todos un mismo origen. Por eso, él no se
avergüenza de llamarlos hermanos,
cuando dice: "Yo
anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea".
Y también: "En él
pondré mi confianza". Y además: "Aquí estamos yo y los hijos que Dios
me ha dado".
Y ya que los hijos tienen una misma sangre
y una misma carne, él también debía participar de esa condición, para reducir a
la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte,
es decir, al demonio,
y liberar de este modo a todos los que
vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte.
Porque él no vino para socorrer a los
ángeles, sino a los descendientes de Abraham.
En consecuencia, debió hacerse semejante
en todo a sus hermanos, para llegar a ser un Sumo Sacerdote misericordioso y
fiel en el servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo.
Y por haber experimentado personalmente la
prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la
prueba.