Hijo de hombre, vuelve tu rostro hacia la
montaña de Seir y profetiza contra ella.
Tú le dirás: Así habla el Señor: ¡Aquí
estoy contra ti, montaña de Seír! Yo extenderé mi mano contra ti y te
convertiré en un desierto desolado.
Dejaré tus ciudades en ruinas y tú misma
serás una desolación. Así sabrás que yo soy el Señor.
Porque has mantenido una antigua enemistad
y has entregado a los israelitas al filo de la espada, en el día de su
desastre, en el día de la expiación final;
por eso juro por mi vida –oráculo del
Señor–: Te convertiré en sangre y la sangre te perseguirá. ¡Te has hecho reo de
sangre y la sangre te perseguirá!
Yo haré de la montaña de Seír un desierto
desolado, y extirparé de ella al que va y al que viene.
Llenaré sus montes de
víctimas: las víctimas de las espada caerán en tus colinas, en tus valles y en
todos los cauces de tus ríos.
Te convertiré en una
desolación eterna y tus ciudades no volverán a ser habitadas. Así ustedes
sabrán que yo soy el Señor.
Porque tú dices: «Las dos
naciones y los dos territorios me pertenecen: los voy a tomar en posesión»,
siendo así que el Señor estaba allí,
por eso, juro por mi vida –oráculo del
Señor– que voy a obrar con el mismo furor y con el mismo celo con que obraste
tú, en tu odio contra ellos, y me daré a conocer a ti cuando te juzgue.
Entonces sabrás que yo, el Señor, he oído
todas las blasfemias que pronunciaste contra las montañas de Israel, cuando
dijiste: «¡Están devastadas; nos han sido entregadas como presa!».
Ustedes me han desafiado con su lengua y
han multiplicado sus palabras contra mí, Pero yo he oído todo.
Así habla el Señor: Yo te convertiré en
una desolación, para alegría de toda la tierra.
Así como tú te alegraste cuando quedó
desolada la herencia de la casa de Israel, yo haré lo mismo contigo: ¡quedarás
desolada, montaña de Seír, igual que todo Edom! Así se sabrá que yo soy el
Señor.