Hijo de hombre, vuelve tu rostro en
dirección al sur, vaticina hacia el sur y profetiza contra el bosque del campo
del Négueb.
Tú dirás al bosque del Négueb: Escucha la
palabra del Señor. Así habla el Señor: Yo voy a prenderte fuego, y él consumirá
todo árbol verde y todo árbol seco. La llama ardiente no se extinguirá y arderá
toda la superficie, desde el Négueb hasta el norte.
Y todos los mortales verán que yo, el
Señor, soy el que encendí ese fuego, que no se extinguirá.
Yo exclamé: ¡Ay, Señor! Ellos
andan diciendo de mí: «¡Este no es más que un fabulador!».
La palabra del Señor me llegó en estos
términos:
Hijo del hombre, vuelve tu rostro hacia
Jerusalén, vaticina contra sus santuarios y profetiza contra la tierra de
Israel.
Tú dirás a la tierra de Israel: Así habla
el Señor: Aquí estoy contra ti: yo sacaré mi espada de su vaina y extirparé de
ti al justo y al impío.
Porque quiero extirpar de ti al justo y al
impío, por eso saldrá mi espada de su vaina contra todos ustedes, desde el sur
hasta el norte.
Y todos los mortales sabrán que yo, el
Señor, he sacado mi espada de su vaina, y no volverá a ser envainada.
Y tú, hijo de hombre, gime; agobiado por
el dolor, gime amargamente a la vista de ellos.
Y cuando te pregunten: «¿Por qué gimes?»,
tú les responderás: Es por una noticia. Apenas llegue, desfallecerán todos los
corazones, se paralizarán todas las manos, decaerán todos los espíritus y
flaquearán todas las rodillas. Y a está por llegar, ya va a suceder –oráculo
del Señor–.
La palabra del Señor me llegó en estos
términos:
Profetiza, hijo de hombre, y di: Así habla
el Señor: ¡Una espada, una espada afilada y bruñida!
Afilada para provocar una masacre, bruñida
para fulgurar como el rayo,
Se la hizo bruñir para empuñarla: la
espada fue afilada y bruñida para ponerla en mano de un verdugo.
¡Grita, laméntate, hijo de hombre, porque
ella se alza contra mi pueblo, contra todos los príncipes de Israel, entregados
a la espada junto con mi pueblo! Por eso, golpéate el pecho,
porque es el momento de la prueba...
–oráculo del Señor–.
Y tú, hijo de hombre, profetiza, golpea
con las palmas de tus manos. Que la espada duplique y triplique sus golpes:
ella es la espada de las matanzas, la gran espada de la matanza que los tiene
acorralados.
Para que desfallezcan los corazones y haya
muchas víctimas, yo he puesto en todas las puertas una espada, hecha para
fulgurar como el rayo, bruñida para provocar una masacre.
¡Muestra tu filo a la derecha, toma posición
a la izquierda, donde quiera seas dirigida!
Yo también golpearé con
las palmas de mis manos y aplacaré mi furor. Yo, el Señor, he hablado.
La palabra del Señor me llegó en estos
términos:
Y tú, hijo de hombre, traza dos caminos
para que llegue la espada del rey de Babilonia. Los dos caminos arrancarán de
un mismo país. A la entrada de cada camino, pondrás una señal indicando la
dirección de una ciudad.
Tú trazarás el camino para que la espada
llegue a Rabá de los amonitas, y a Judá, que tiene su plaza fuerte en
Jerusalén.
Porque el rey de Babilonia se ha detenido
en el encrucijada, allí donde se bifurcan los caminos, para consultar los
presagios: sacude las flechas, consulta a los ídolos y examina el hígado de las
víctimas.
En su mano derecha está el presagio que
señala «Jerusalén», para ordenar la matanza, lanzar el grito de guerra, colocar
arietes contra las puertas, levantar terraplenes y construir torres de asalto.
A los habitantes de Jerusalén les parecerá
que ese presagio es falso, porque tienen a su favor un juramento solemne. Pero
él les recordará su delito, y serán capturados.
Por eso, así habla el Señor: Porque
ustedes, al ser descubiertas sus rebeldías, al ponerse en evidencia los pecados
que han cometido en todas sus acciones, han hecho que se les recordara su delito;
y por que se han acordado de ustedes, por eso, serán capturados.
En cuanto a ti, infame malvado, príncipe
de Israel, cuyo día ha llegado al mismo tiempo que la expiación final,
así habla el Señor: ¡Saquen el turbante,
quiten la diadema! Esto ya no será más así: lo humilde será elevado, lo excelso
será humillado.
¡Ruinas, ruinas, todo lo convierto en
ruinas! Pero esto no sucederá hasta que llegue aquel a quien le pertenece el
juicio, y a él se lo daré.
Y tú, hijo de hombre, profetiza. Tú dirás:
Así habla el Señor acerca de los amonitas y de sus sarcasmos. Tú dirás: ¡Una
espada, una espada! Desenvainada para la masacre, bruñida para devorar, para
fulgurar como el rayo,
para descargarla sobre el cuello de los
infames malvados, cuyo día llegará al mismo tiempo que la expiación final,
mientras se tienen acerca de ti visiones ilusorias y se predice la mentira.
¡Vuelve la espada a la vaina! En el mismo
lugar donde fuiste creado, en tu país de origen, yo te juzgaré.
Derramaré mi indignación sobre ti, atizaré
contra ti el fuego de mi furor, y te entregaré en manos de gente brutal,
artífices del exterminio.
Serás presa del fuego, tu sangre correrá
en medio del país, y no quedará ni el recuerdo de ti, porque yo, el Señor, he
hablado.