Yo designé a Besalel –hijo de
Urí, hijo de Jur, de la tribu de Judá–
y lo llené del espíritu de
Dios, para conferirle habilidad, talento y experiencia en la ejecución de toda
clase de trabajos:
tanto para idear proyectos y realizarlos en
oro, plata o bronce,
como para labrar piedras de engaste, tallar
la madera o hacer cualquier otro trabajo.
Junto con él puse a Oholiab,
hijo de Ajisamac, de la tribu de Dan, y doté de una habilidad especial a todos
los artesanos competentes, a fin de que puedan ejecutar lo que les he ordenado,
a saber:
la Carpa del Encuentro, el Arca del
Testimonio, la tapa que la cubre y todo el mobiliario del Santuario;
la mesa con sus utensilios, el candelabro
de oro puro con todos sus accesorios, y el altar de los perfumes;
el altar de los holocaustos y
todos sus utensilios, y la fuente con su base;
las vestiduras litúrgicas, o
sea, las vestiduras sagradas para el sacerdote Aarón y las que usarán sus hijos
para las funciones sacerdotales;
el óleo de la unción y el incienso
aromático para el Santuario. En la ejecución de todas estas
cosas, ellos obrarán conforme a todo lo que yo te he ordenado.
El Sábado
El Señor dijo a Moisés:
Habla a los israelitas en los siguientes
términos: No dejen nunca de observar mis sábados, porque el sábado es un signo
puesto entre yo y ustedes, a través de las generaciones, para que ustedes sepan
que yo, el Señor, soy el que los santifico.
Observarán el sábado, porque es sagrado
para ustedes. El que lo profane, será castigado con la muerte. Sí, todo el que
haga algún trabajo ese día será excluido de su pueblo.
Durante seis días se trabajará, pero el
séptimo será un día de descanso solemne, consagrado al Señor. El que trabaje en
sábado será castigado con la muerte.
Los israelitas observarán el sábado,
celebrándolo a través de las generaciones como signo de alianza eterna.
Será un signo perdurable entre yo y los
israelitas, porque en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, pero el
séptimo día descansó y retomó aliento.
Cuando el Señor terminó de hablar con
Moisés, en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas
de piedra escritas por el dedo de Dios.