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El Antiguo Testamento
ECLESIASTICO
Capítulo 50
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Simón, hijo de Onías, fue el Sumo Sacerdote que durante su vida restauró la Casa y en sus días consolidó el Santuario.
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El puso los cimientos de las torres de refuerzo, del alto contrafuerte que rodea al Templo.
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En sus días fue excavado el depósito de las aguas, un estanque amplio como el mar.
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Preocupado por preservar a su pueblo de la caída, fortificó la ciudad contra el asedio.
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¡Qué glorioso era, rodeado de su pueblo, cuando salía detrás del velo!
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Como lucero del alba en medio de nubes, como luna en su plenilunio,
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como sol resplandeciente sobre el Templo del Altísimo, como arco iris que brilla entre nubes de gloria,
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como rosa en los días de primavera, como lirio junto a un manantial, como brote del Líbano en los días de verano,
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como fuego e incienso en el incensario, como vaso de oro macizo adornado con toda clase de piedras preciosas,
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como olivo cargado de frutos, como ciprés que se eleva hasta las nubes.
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Cuando se ponía la vestidura de fiesta y se revestía de sus espléndidos ornamentos, cuando subía al santo altar, él llenaba de gloria el recinto del Santuario.
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Cuando recibía las porciones de manos de los sacerdotes y estaba él mismo de pie, junto al fuego del altar, con una corona de hermanos a su alrededor como retoños de cedro en el Líbano lo rodeaban como troncos de palmera
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todos los hijos de Aarón en su esplendor, con la ofrenda del Señor en sus manos, delante de toda la asamblea de Israel.
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Mientras oficiaba en los altares y disponía la ofrenda para el Altísimo todopoderoso,
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él extendía la mano sobre la copa, derramaba la libación la sangre de la uva y la vertía al pie del altar, como perfume agradable al Altísimo, Rey del universo.
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entonces, los hijos de Aarón prorrumpían en aclamaciones, tocaban sus trompetas de metal batido y hacían oír un sonido imponente, como memorial delante del Altísimo.
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En seguida, todo el pueblo, unánimemente, caía con el rostro en tierra para adorar a su Señor, el Todopoderoso, el Dios Altísimo.
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También los cantones entonaban sus alabanzas: en medio del estruendo se oía una dulce melodía.
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El pueblo suplicaba al Señor Altísimo, dirigía sus plegarias ante el Misericordioso, hasta que terminaba el culto del Señor y se ponía fin a la liturgia.
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Entonces, él descendía y elevaba las manos sobre toda la asamblea de los israelitas, para dar con sus labios la bendición del Señor y tener el honor de pronunciar su Nombre.
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Y por segunda vez, el pueblo se postraba para recibir la bendición del Altísimo.
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Y ahora bendigan al Dios del universo que hace grandes cosas por todas partes, al que nos exaltó desde el seno materno y nos trató según su misericordia.
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Que él nos dé la alegría del corazón, y conceda la paz en nuestros días, a Israel, por los siglos de los siglos.
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Que su misericordia permanezca fielmente con nosotros y que nos libre en nuestros días.
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Hay dos naciones que detesta mi alma, y la tercera, no es una nación:
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los que habitan en la montaña de Seír, los filisteos, y el pueblo necio que habita en Siquem.
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Una instrucción de sabiduría y de ciencia es la que dejó grabada en este libro Jesús, hijo de Sirá, hijo de Eleazar, de Jerusalén, que derramó como lluvia la sabiduría de su corazón.
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¡Feliz el que vuelve continuamente sobre estas palabras! El que las ponga en su corazón, será sabio.
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Si las practica, será capaz de afrontarlo todo, porque la luz del Señor marca su huella.