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El Antiguo Testamento
ECLESIASTICO
Capítulo 44
Elogiemos a los hombres
ilustres, a los antepasados de nuestra raza.
El Señor los colmó de gloria,
manifestó su grandeza desde tiempos remotos.
Algunos ejercieron la
autoridad real y se hicieron famosos por sus proezas; otros fueron consejeros
por su inteligencia, transmitieron oráculos proféticos,
guiaron al pueblo con sus
consejos, con sus inteligencia para instruirlo y con las sabias palabras de su
enseñanza;
otros compusieron cantos
melodiosos y escribieron relatos poéticos;
otros fueron hombres ricos,
llenos de poder, que vivían en paz en sus moradas.
Todos ellos fueron honrados
por sus contemporáneos y constituyeron el orgullo de su época.
Algunos de ellos dejaron un
nombre y se los menciona todavía con elogios.
Pero hay otros que cayeron en
el olvido y desaparecieron como si no hubieran existido; pasaron como si no
hubieran nacido, igual que sus hijos después de ellos.
No sucede así con aquellos,
los hombres de bien, cuyas obras de justicia no han sido olvidadas.
Con su descendencia se perpetúa la rica
herencia que procede de ellos.
Su descendencia fue fiel a las alianzas y
también sus nietos, gracias a ellos.
Su descendencia permanecerá para siempre,
y su gloria no se extinguirá.
Sus cuerpos fueron
sepultados en paz, y su nombre sobrevive a través de las generaciones.
Los pueblos proclaman su
sabiduría, y la asamblea anuncia su alabanza.
Henoc agradó al Señor y fue
trasladado, él es modelo de conversión para las generaciones futuras.
Noé fue hallado
perfectamente justo, en el tiempo de la ira sirvió de renovación: gracias a él,
quedó un resto en la tierra, cuando se desencadenó el diluvio.
Alianzas eternas fueron
selladas con él, para que nunca más un diluvio destruyera a los vivientes.
Abraham es padre insigne de
una multitud de naciones, y no hubo nadie que lo igualara en su gloria.
El observó la Ley del
Altísimo y entró en alianza con él; puso en sus carne la señal de esta alianza
y en la prueba fue hallado fiel.
Por eso, Dios le aseguró con
un juramento que las naciones serían bendecidas en sus descendencia, que lo
multiplicaría como el polvo de la tierra, que exaltaría a sus descendientes
como las estrellas, y les daría en herencia el país, desde un mar hasta el otro
y desde el Río hasta los confines de la tierra.
A Isaac, le hizo la misma promesa, a causa
de su padre Abraham.
La bendición de todos los
hombres y la alianza las hizo descansar sobre la cabeza de Jacob; lo confirmó
en las bendiciones recibidas y le dio la tierra en herencia; dividió el país en
partes y las distribuyó entre las doce tribus.