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El Antiguo Testamento
ECLESIASTICO
Capítulo 38
Honra al médico por sus servicios, como
corresponde, porque también a él lo ha creado el Señor.
La curación procede del Altísimo, y el
médico recibe presentes del rey.
La ciencia del médico afianza su prestigio
y él se gana la admiración de los grandes.
El Señor hizo brotar las plantas
medicinales, y el hombre prudente no las desprecia.
¿Acaso una rama no endulzó el agua, a fin
de que se conocieran sus propiedades?
El Señor dio a los hombres la ciencia, para
ser glorificado por sus maravillas.
Con esos remedios el médico cura y quita el
dolor, y el farmacéutico prepara sus ungüentos.
Así, las obras del Señor no tienen fin, y
de él viene la salud a la superficie de la tierra.
Si estás enfermo, hijo mío, no seas
negligentes, ruega al Señor, y él te sanará.
No incurras en falta,
enmienda tu conducta y purifica tu corazón de todo pecado.
Ofrece el suave aroma y el memorial de
harina, presenta una rica ofrenda, como si fuera la última.
Después, deja actuar al médico, porque el
Señor lo creó; que no se aparte de ti, porque lo necesitas.
En algunos casos, tu mejoría
está en sus manos,
y ellos mismos rogarán al
Señor que les permita dar una alivio y curar al enfermo, para que se
restablezca.
El hombre que peca delante
de su Creador, ¡que caiga en manos del médico!
Hijo mío, por un muerto, derrama lágrimas,
y entona un lamento, como quien sufre terriblemente. Entierra su cadáver en la
forma establecida y no descuides su sepultura.
Llora amargamente, golpéate el pecho, y
observa el duelo que él se merece, uno o dos días, para evitar comentarios, y
luego consuélate de tu tristeza.
Porque la tristeza lleva a la muerte y un
corazón abatido quita las fuerzas.
En la desgracia la tristeza es permanente,
y el corazón maldice una vida miserable.
No te dejes llevar por la tristeza,
aléjala, acordándote de tu fin.
Nunca lo olvides: ¡no hay camino de
retorno! Al muerto, no podrás serle útil y te harás mal a ti.
«Recuerda mi destino, que será también el
tuyo: ayer a mí y hoy a ti».
Ya que el muerto descansa, deja en paz su
memoria, y trata de consolarte, porque ha partido su espíritu.
La sabiduría del escriba exige tiempo y
dedicación, y el que no está absorbido por otras tareas, se hará sabio.
¿Cómo se hará sabio el que
maneja el arado y se enorgullece de empuñar la picana, el que guía los bueyes,
trabaja con ellos, y no sabe hablar más que de novillos?
El pone todo su empeño en
abrir los surcos y se desvela por dar forraje a las terneras.
Lo mismo pasa con el
artesano y el constructor, que trabajan día y noche; con los que graban las
efigies de los sellos y modifican pacientemente los diseños: ellos se dedican a
reproducir el modelo y trabajan hasta tarde para acabar la obra.
Lo mismo pasa con el
herrero, sentado junto al yunque, con la atención fija en el hierro que forja:
el vaho del fuego derrite su carne y él se debate con el calor de la fragua; el
ruido del martillo ensordece sus oídos y sus ojos están fijos en el modelo del
objeto; pone todo su empeño en acabar sus obras y se desvela por dejarlas bien
terminadas.
Lo mismo pasa con el alfarero, sentado
junto a su obra, mientras hace girar el torno con sus pies: está concentrado
exclusivamente en su tarea y apremiado por completar la cantidad;
con su brazo modela la arcilla y con los
pies vence su resistencia; pone todo su empeño en acabar el barnizado y se
desvela por limpiar el horno.
Todos ellos confían en sus manos, y cada
uno se muestra sabio en su oficio.
Sin ellos no se levantaría ninguna ciudad,
nadie la habitaría ni circularía por ella.
Pero no se los buscará para el consejo del
pueblo ni tendrán preeminencia en la asamblea; no se sentarán en el tribunal
del juez ni estarán versados en los decretos de la Alianza.
No harán brillar la
instrucción ni el derecho, ni se los encontrará entre los autores de
proverbios. Sin embargo, ellos afianzan la creación eterna y el objeto de su
plegaria son los trabajos de su oficio.