Eclo36 - kzu/VocabularioTeologiaBiblica GitHub Wiki
El Antiguo Testamento
ECLESIASTICO
Capítulo 36
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Ten piedad de nosotros, Dueño soberano, Dios de todas las cosas, y mira, infunde tu temor a todas las naciones.
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Levanta tu mano contra las naciones extranjeras y que ellas vean tu dominio.
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Así como les manifestaste tu santidad al castigarnos, manifiéstanos también tu grandeza castigándolas a ellas;
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y que ellas te reconozcan, como hemos reconocido nosotros que no hay otro Dios fuera de ti, Señor.
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Renueva los signos y repite las maravillas, glorifica tu mano y tu brazo derecho.
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Despierta tu furor y derrama tu ira, suprime al adversario y extermina al enemigo.
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Apresura la hora y acuérdate del juramento, para que se narren tus hazañas.
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Que el fugitivo sea devorado por el ardor del fuego, y que encuentren su perdición los que maltratan a tu pueblo.
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Aplasta la cabeza de los jefes enemigos, que dicen: «¡No hay nadie fuera de nosotros!».
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Congrega a todas las tribus de Jacob, y entrégales su herencia, como al comienzo.
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Ten piedad, Señor, del pueblo que es llamado con tu Nombre, de Israel, a quien trataste como a un primogénito.
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Ten compasión de Ciudad santa, de Jerusalén, el lugar de reposo.
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Llena a Sión de alabanzas por tu triunfo, y a tu pueblo, cólmalo de tu gloria.
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Da testimonio a favor de los que tú creaste en el principio, y cumple las profecías anunciadas en tu Nombre.
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Dales la recompensa a los que te aguardan, y que se compruebe la veracidad de tus profetas.
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Escucha, Señor, la oración de los que te suplican, conforme a la bendición de Aarón sobre tu pueblo,
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para que todos los que viven en la tierra reconozcan que tú eres el Señor, el Dios eterno.
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El estómago asimila toda clase de alimentos, pero hay unos mejores que otros.
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El paladar distingue los manjares y el corazón inteligente descubre las mentiras.
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Un corazón tortuoso provoca contrariedades, pero el hombre de experiencia le da su merecido.
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Una mujer acepta cualquier marido, pero unas jóvenes son mejores que otras.
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La hermosura de la mujer alegra el rostro y supera todos los deseos del hombre.
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Si en sus labios hay bondad y dulzura, su marido ya no es más uno de tantos hombres.
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El que adquiere una mujer tiene el comienzo de la fortuna, una ayuda adecuada a él y una columna donde apoyarse.
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Donde no hay valla, la propiedad es saqueada, y donde no hay mujer, el hombre gime y va a la deriva.
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¿Quién puede fiarse de un salteador que va rápidamente de ciudad en ciudad?
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Así sucede con el hombre sin nido, que se alberga donde lo sorprende la noche.