Cuando salgas a combatir contra tus
enemigos y veas caballos, carros de guerra y un ejército más numeroso que tú,
no les tengas miedo; el Señor, tu Dios el mismo que te hizo salir de Egipto,
está contigo.
Y cuando ya estén prontos para entrar en
combate, el sacerdote se adelantará y arengará a la tropa
en estos términos: «Escucha, Israel. Ahora
ustedes están próximos a entrar en batalla contra sus enemigos. ¡Tengan valor! No teman, ni se angustien, ni tiemblen ante ellos,
porque el Señor, su Dios, los
acompaña, y él combatirá en favor de ustedes para darles la victoria sobre sus
enemigos».
Los escribas, por su parte, dirán a la
tropa: «¿Alguien construyó una casa nueva y todavía no la estrenó? Que se
retire y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y otro hombre la
estrene.
¿Alguien plantó una viña y todavía no
recogió los primeros frutos? Que se retire y vuelva a su casa, no
sea que muera en el combate y otro hombre los recoja.
¿Alguien está comprometido con una mujer y
todavía no se unió a ella? Que se retire y vuelva a su casa, no sea que muera
en el combate y otro hombre se case con ella».
Además, los escribas harán esta advertencia
a la tropa: «¿Alguien tiene miedo y le falta valor? Que se retire y vuelva a su
casa, no sea que transmita a sus hermanos su propia cobardía».
Y cuando los escribas hayan terminado de
instruir a la tropa, los jefes de batallones se pondrán al frente de ella.
El asedio de las ciudades enemigas
Cuando te acerques a una ciudad para
atacarla, primero le ofrecerás la paz.
Si ella la acepta y te abre
sus puertas, toda la población te pagará tributo y te servirá.
Pero si rehúsa el ofrecimiento de paz y te
opone resistencia, deberás sitiarla.
Cuando el Señor, tu Dios, la ponga en tus
manos, tú pasarás al filo de la espada a todos sus varones.
En cuanto a las mujeres, los niños, el
ganado y cualquier otra cosa que haya en la ciudad, podrás retenerlos como
botín, y disfrutar de los despojos de los enemigos que el Señor, tu Dios, te
entrega.
Así tratarás a todas las ciudades que estén
muy alejadas de ti y que no pertenezcan a las naciones vecinas.
Pero en las ciudades de esos pueblos que
el Señor, tu Dios, te dará como herencia, no deberás dejar ningún
sobreviviente.
Consagrarás al exterminio total a los
hititas, a los amorreos, a los cananeos, a los perizitas, a los jivitas y a los
jebuseos, como te lo ordena el Señor, tu Dios,
para que ellos no les
enseñen a imitar todas las abominaciones que cometen en honor de sus dioses. Así
ustedes no pecarán contra el Señor, su Dios.
Si para conquistar una ciudad tienes que
asediarla mucho tiempo, no destruirás sus árboles a golpes de hacha. Come de
sus frutos, pero no los cortes. ¿Acaso los árboles del campo son hombres, para
que los hagas también a ellos víctimas del asedio?
Podrás destruir y cortar, en cambio, los
árboles que sepas que no dan ningún fruto, a fin de construir máquinas de
asedio contra la ciudad que te oponga resistencia, hasta que logres someterla.