Escribe al Angel de la Iglesia de Sardes:
«El que posee los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas, afirma:
«Conozco tus obras: aparentemente vives, pero en realidad estás muerto.
Permanece alerta y reanima lo que todavía
puedes rescatar de la muerte, porque veo que tu conducta no es perfecta delante
de mi Dios.
Recuerda cómo has recibido y escuchado la
Palabra: consérvala fielmente y arrepiéntete. Porque si no vigilas, llegaré
como un ladrón, y no sabrás a qué hora te sorprenderé.
Sin embargo, tienes todavía en Sardes
algunas personas que no han manchado su ropa: ellas me acompañarán vestidas de
blanco, porque lo han merecido.
El vencedor recibirá una vestidura blanca,
nunca borraré su nombre del Libro de la Vida y confesaré su nombre delante de
mi Padre y de sus Angeles».
El que pueda entender, que entienda lo que
el Espíritu dice a las Iglesias.
Escribe al Angel de la Iglesia de
Filadelfia: «El Santo, el que dice la Verdad, el que posee la llave de David,
el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir, afirma:
«Yo conozco tus obras; he abierto delante
de ti una puerta que nadie puede cerrar, porque a pesar de tu debilidad, has
cumplido mi Palabra sin renegar de mi Nombre.
Obligaré a los de la sinagoga
de Satanás –que mienten, porque se llaman judíos y no lo son– a que se postren
delante de ti y reconozcan que yo te he amado.
Ya que has cumplido mi
consigna de ser constante, yo también te preservaré en la hora de la
tribulación, que ha de venir sobre el mundo entero para poner a prueba a todos
los habitantes de la tierra.
Yo volveré pronto: conserva firmemente lo
que ya posees, para que nadie pueda arrebatarte la corona.
Haré que el vencedor sea una columna en el
Templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí. Y sobre él escribiré el nombre
de mi Dios, y el nombre de la Ciudad de mi Dios –la nueva Jerusalén que
desciende del cielo y viene de Dios– y también mi nombre nuevo».
El que pueda entender, que entienda lo que
el Espíritu dice a las Iglesias».
Escribe al Angel de la Iglesia de
Laodicea: «El que es Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las
obras de Dios, afirma:
«Conozco tus obras: no eres frío ni
caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de
mi boca.
Tú andas diciendo: Soy rico, estoy lleno
de bienes y no me falta nada. Y no sabes que eres desdichado,
digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.
Por eso, te aconsejo:
cómprame oro purificado en el fuego para enriquecerte, vestidos blancos para
revestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez, y un colirio para ungir tus ojos y
recobrar la vista.
Yo corrijo y comprendo a los
que amo. ¡Reanima tu fervor y arrepiéntete!
Yo estoy junto a la puerta y
llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos.
Al vencedor lo haré sentar conmigo en mi
trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono».
El que pueda entender, que entienda lo
que el Espíritu dice a las Iglesias».