Después el Angel me mostró un río de agua
de vida, claro como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero,
en medio de la plaza de la
Ciudad. A ambos lados del río, había arboles de vida que fructificaban doce
veces al año, una vez por mes, y sus hojas servían para curar a los pueblos.
Ya no habrá allí ninguna maldición. El
trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad, y sus servidores lo adorarán.
Ellos contemplarán su rostro y llevarán su
Nombre en la frente.
Tampoco existirá la noche, ni
les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol, porque el Señor Dios
los iluminará, y ellos reinarán por los siglos de los siglos.
Después me dijo: «Estas palabras
son verdaderas y dignas de crédito. El Señor Dios que inspira a los profetas
envió a su mensajero para mostrar a sus servidores lo que tiene que suceder
pronto.
¡Volveré pronto! Feliz el que
cumple las palabras proféticas de este Libro».
Soy yo, Juan, el que ha visto y escuchado
todo esto. Y cuando terminé de oír y de ver, me postré a los pies del Angel que
me había mostrado todo eso, para adorarlo.
Pero él me dijo: «¡Cuidado! No
lo hagas, porque yo soy tu compañero de servicio, el de tus hermanos los
profetas, y el de todos aquellos que conservan fielmente las palabras de este
Libro. ¡Es a Dios a quien debes adorar!».
Y agregó: «No mantengas
ocultas las palabras proféticas de este Libro porque falta poco tiempo.
Que el pecador siga pecando,
y el que está manchado se manche más aún; que el hombre justo siga practicando
la justicia, y el santo siga santificándose.
Pronto regresaré trayendo mi recompensa,
para dar a cada uno según sus obras.
Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el
Ultimo, el Principio y el Fin.
¡Felices los que lavan sus
vestiduras para tener derecho a participar del árbol de la vida y a entrar por
las puertas de la Ciudad!
Afuera quedarán los perros y
los hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todos aquellos
que aman y practican la falsedad».
Yo Jesús, he enviado a mi mensajero para
dar testimonio de estas cosas a las Iglesias. Yo soy el Retoño de David y su
descendencia, la Estrella radiante.
El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!», y
el que escucha debe decir: «¡Ven!». Que venga el que tiene sed, y el que
quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida.
Yo advierto a todos los que escuchan las
palabras proféticas de este Libro: «Si alguien pretende agregarles algo, Dios
descargará sobre él las plagas descritas en este Libro.
Y al que se atreva a quitar alguna palabra
de este Libro profético, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la
Ciudad santa, que se describen en este Libro».
El que garantiza estas cosas afirma: «¡Sí,
volveré pronto!». ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!
Que la gracia del Señor Jesús permanezca
con todos. Amén.