Queridos hermanos, esta es al segunda carta
que les escribo. En las dos les he recomendado algunas cosas, para que tengan
un criterio exacto.
No olviden lo que ha sido anunciado por los
santos profetas, así como tampoco el mandamiento del Señor Salvador, que los
Apóstoles les han transmitido.
Sepan, en primer lugar, que
en los últimos días vendrán hombres burlones y llenos de sarcasmo, que viven de
acuerdo con sus pasiones,
y que dirán: «¿Dónde está la
promesa de su Venida? Nuestros padres han muerto y todo sigue como al
principio de la creación».
Al afirmar esto, ellos no tienen en cuenta
que hace mucho tiempo hubo un cielo, y también una tierra brotada del agua que
tomó consistencia en medio de las aguas por la palabra de Dios.
A causa de esas aguas, el mundo de entonces
pereció sumergido por el diluvio.
Esa misma palabra de Dios ha reservado el
cielo y la tierra de ahora para purificarlos por el fuego en el día del Juicio
y de la perdición de los impíos.
Pero ustedes, queridos hermanos, no deben
ignorar que, delante del Señor, un día es como mil años y mil años como un día.
El señor no tarda en cumplir lo que ha
prometido, como algunos se imaginan, sino que tiene paciencia con ustedes
porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan.
Sin embargo, el Día del Señor, llegará
como un ladrón, y ese día, los cielos desaparecerán estrepitosamente; los
elementos serán desintegrados por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en
ella, será consumida.
Ya que todas las cosas se desintegrarán de
esa manera, ¡qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes,
esperando y acelerando la venida del Día
del Señor! Entonces se consumirán los cielos y los elementos
quedarán fundidos por el fuego.
Pero nosotros, de acuerdo con la promesa
del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la
justicia.
Por eso, queridos hermanos,
mientras esperan esto, procuren vivir de tal manera que él los encuentre en
paz, sin mancha ni reproche.
Tengan en cuenta que la paciencia del
Señor es para nuestra salvación, como les ha escrito nuestro hermano Pablo,
conforme a la sabiduría que le ha sido dada,
y lo repite en todas las cartas donde
trata este tema. En ellas hay pasajes difíciles de entender, que algunas
personas ignorantes e inestables interpretan torcidamente –como, por otra
parte, lo hacen con el resto de la Escritura– para su propia perdición.
Hermanos míos, ustedes están
prevenidos. Manténganse en guardia, no sea que, arrastrados por el extravío de
los que hacen el mal, pierdan su firmeza.
Crezcan en la gracia y en el
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A él sea la gloria, ahora
y en la eternidad!