Simón Pedro, servidor y Apóstol de
Jesucristo, saluda a todos aquellos que, por la justicia de nuestro Dios y
Salvador Jesucristo, han recibido una fe tan preciosa como la nuestra.
Lleguen a ustedes la gracia y la paz en
abundancia, por medio del conocimiento de Dios y de Jesucristo, nuestro Señor.
Su poder divino, en efecto, nos ha
concedido gratuitamente todo lo necesario para la vida y la piedad, haciéndonos
conocer a aquel que nos llamó por la fuerza de su propia gloria.
Gracias a ella, se nos han concedido las
más grandes y valiosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a participar de
la naturaleza divina, sustrayéndose a la corrupción que reina en el mundo a
causa de la concupiscencia.
Por esta misma razón, pongan todo el empeño
posible en unir a la fe, la virtud; a la virtud, el conocimiento;
al conocimiento, la templanza; a la
templanza, la perseverancia; a la perseverancia, la piedad;
a la piedad, el espíritu
fraternal, y al espíritu fraternal, el amor.
Porque si ustedes poseen
estas cosas en abundancia, no permanecerán inactivos ni estériles en lo que se
refiere al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
El que no las posee es un
ciego, un miope, porque olvida que ha sido purificado de sus pecados pasados.
Por eso, hermanos, procuren
consolidar cada vez más el llamado y la elección de que han sido objeto: si
obran así, no caerán jamás
y se les abrirán ampliamente
las puertas del Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Por eso yo les recordaré
siempre estas cosas, aunque ustedes ya las saben y están bien convencidos de la
verdad que ahora poseen.
Me parece justo que los
mantenga despiertos, recordándoles esto mientras yo viva en esta tienda de
campaña
porque sé que muy pronto
tendré que dejarla, como me lo ha hecho saber nuestro Señor Jesucristo.
Y haré todo lo posible a fin
de que, después de mi partida, ustedes se acuerden siempre de estas cosas.
Porque no les hicimos
conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas
ingeniosamente inventadas, sino como testigos oculares de su grandeza.
En efecto, él recibió de Dios Padre el
honor y la gloria, cuando la Gloria llena de majestad le dirigió esta palabra:
«Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección».
Nosotros oímos esta voz que venía del
cielo, mientras estábamos con él en la montaña santa.
Así hemos visto confirmada la palabra de
los profetas, y ustedes hacen bien en prestar atención a ella, como a una
lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y aparezca el lucero
de la mañana en sus corazones.
Pero tengan presente, ante todo, que nadie
puede interpretar por cuenta propia una profecía de la Escritura.
Porque ninguna profecía ha sido anunciada
por voluntad humana, sino que los hombres han hablado de parte de Dios,
impulsados por el Espíritu Santo.