¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si
el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él.
Queridos míos, desde ahora somos hijos de
Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste,
seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
El que tiene esta esperanza en él, se
purifica, así como él es puro.
El que comete el pecado comete también la
iniquidad, porque el pecado es la iniquidad.
Pero ustedes saben que él se manifestó para
quitar el pecado, y que él no tiene pecado.
El que permanece en él, no peca, y el que
peca no lo ha visto ni lo ha conocido.
Hijos míos, que nadie los engañe:
el que practica la justicia es justo, como él mismo es justo.
Pero el que peca procede del demonio,
porque el demonio es pecador desde el principio. Y el Hijo de
Dios se manifestó para destruir las obras del demonio.
El que ha nacido de Dios no
peca, porque el germen de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque ha
nacido de Dios.
Los hijos de Dios y los
hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es
de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.
La noticia que oyeron desde
el principio es esta: que nos amemos los unos a los otros.
No hagamos como Caín, que era del Maligno
y mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de
su hermano, en cambio, eran justas.
No se extrañen, hermanos, si el mundo los
aborrece.
Nosotros sabemos que hemos pasado de la
muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en
la muerte.
El que odia a su hermano es
un homicida, y ustedes saben que ningún homicida posee la Vida eterna.
En esto hemos conocido el
amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros
debemos dar la vida por nuestros hermanos.
Si alguien vive en la abundancia, y viendo
a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el
amor de Dios?
Hijitos míos, no amemos solamente con la
lengua y de palabra, sino con obras y de verdad.
En esto conoceremos que somos de la
verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios
aunque nuestra conciencia
nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce
todas las cosas.
Queridos míos, si nuestro corazón no nos
hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza,
y él nos concederá todo
cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le
agrada.
Su mandamiento es este: que
creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros
como él nos ordenó.
El que cumple sus mandamientos
permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en
nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.